Opinión | Cielo abierto

Lardero

«En este tipo de casos, no hay que tener miedo de nombrar la cadena perpetua. Sin odio, pero por seguridad»

Hoy vengo a recordar que el mal existe. Es decir: hoy vengo a recordar algo que no me hace ninguna ilusión recordar. Lees a Dostoievski y descubres que hay un tipo dispuesto a matar a hachazos a su casera para saber qué se siente. Dices Raskolnikov y acude a tu recuerdo la propia incomprensión del asesino ante el misterio de la muerte, la nieve siberiana devorando sus entrañas de hombre. Aunque todos los reos no son recuperables. Lo defiendo desde hace veinte años: los culpables de delitos de especial crueldad física contra las personas, se escapan de la finalidad constitucional de reinserción social del delincuente en las penas privativas de libertad. Pero casi nadie se atreve a escribir esto, para no quedar mal: que no es lo mismo atracar un banco que torturar a una persona hasta matarla. Hay reproche moral en ambos casos; pero Jesse James es recordado en el Oeste por su lucha contra el ferrocarril, y era un bandido, mientras que el crimen de Alcasser nos araña aún los ojos, haciendo que ese viento de Siberia, que taladró los pulmones de Raskolnikov en su cárcel final, nos abrase también nuestra respiración. Digo esto por Lardero. Quien esté siguiendo el caso del hombre que raptó a un niño de 9 años para violarlo y matarlo, sabrá de qué hablo. Hay que jerarquizar los objetivos: ya no se trata de que la prisión permanente revisable funcione o no como medida disuasoria para otros criminales, sino de sacar a ese monstruo de la circulación. Seré más claro: en este tipo de casos, no hay que tener miedo de nombrar la cadena perpetua. Sin odio, pero por seguridad. Y no escribo en caliente, sino en la mayor desolación. Sé que algunos ángeles de la reinserción, con Rousseau y la bondad humana del hombre por naturaleza aún por digerir, aducirán que eso no evitará los ataques de otros agresores. Puede ser: pero a ese, sí. ¿Que semejante asesino es otra víctima? Pues hay que defenderlo de sí mismo, protegiendo a la sociedad de su horror absoluto.

*Escritor

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