Opinión | EL TRIÁNGULO

Moción de autocensura

Había más ganas de acabar que de empezar. Pocas veces una moción de censura ha tenido tan poco de trascendente y sensata en la historia y tantísimo de ridícula y errónea para la democracia. Los objetivos y las consecuencias de este paripé estaban claros antes incluso del debate. Ya se ha dicho de todo del profesor Tamames, del empecinamiento de Vox por agitar la antipolítica y de la fallida estrategia de Abascal y los suyos por debilitar al Gobierno. Quizá la novedad resida en el efecto de las palabras que durante dos días se han escuchado en el Congreso de los Diputados.

La hora y 40 minutos de intervención de Pedro Sánchez que tan larga se le hizo al candidato de la moción de censura sorprendió entre poco y nada. Bastante más lo hizo la estrategia del Gobierno de dejar vía libre a Yolanda Díaz para defender enérgicamente la gestión de la coalición, alabar al propio presidente y atacar a un lastimero, egocéntrico y desorientado Tamames. El discurso de Díaz la apuntaló como una extraordinaria parlamentaria y una buena socia del PSOE después de mayo para renovar un ejecutivo creíble y sin las demagogias que se achacan a Podemos. Su intervención anuló una vez más a Podemos y reforzó su propia marca de que otra izquierda, seria, responsable y moderna es posible. La vicepresidenta fue contundente y, como el resto de portavoces, puso en evidencia el despropósito generado por Vox con esta iniciativa que permite la Constitución y que hizo realmente complicado dotar de sentido al esperpento de lógica parlamentaria vivido estas últimas horas.

El cálculo electoral de Vox ha sido nefasto. No sólo no ha cuestionado como pretendía la unidad de la coalición, sino que tampoco ha puesto contra la pared a los populares, que han pasado del no de Casado a la abstención de Feijóo. El tiro de Abascal ha ido a su propio pie.

Una vez más, Vox tampoco aprovechó para hacer propuestas políticas concretas que afectan a la vida cotidiana de los españoles. Volvió a quedarse en los enunciados, en las ideas generales, sin bajar el balón al suelo. Sí presumió, como siempre, de defender lo mismo en todos los rincones del país, incluido el ámbito hídrico, incluido el trasvase del Ebro. Utilizó para ello un argumento tan irrefutable como que los ríos vierten agua al mar. Imagino que los que les voten el 28 de mayo estarán de acuerdo con ese proyecto y se indignarán si luego el partido de Abascal no cumple con su promesa electoral. Los programas hay que respetarlos, tal y como exigen ahora. De lo contrario caerían en el mismo sinsentido que atribuyen a los gobiernos «filoetarras» y la derechita «cobarde».

** Periodista

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