Opinión | TORMENTA DE VERANO

Desafección

Es el desinterés y la apatía de los ciudadanos por la cosa pública cuando no se sienten representados

Seis mociones de censura se han conocido y debatido en nuestra historia democrática reciente tras la Transición. En un Estado democrático, una moción de censura al Gobierno, tramitada adecuadamente a través de los cauces parlamentarios, genera toda clase de expectativas por lo que supone de cuestionamiento del Ejecutivo, de debates y mayorías parlamentarias, de alternativas y programas, de candidatos. Sin embargo, acabamos de asistir a una nueva versión y reinterpretación de lo que recoge el espíritu y norma que regula esta figura constitucional. Un candidato ajeno al Parlamento que no pertenece al partido que lo propone. Que además se presenta sin la intención de ser un gobierno alternativo, sino prometiendo unas elecciones anticipadas que se olvida, además, de proponer y de argumentar en su discurso. Sin un programa de gobierno, y sin la más mínima posibilidad de aglutinar mayorías parlamentarias alternativas. Todo ello, sin valorar ni entrar en las luces y sombras de la oportunidad ni del perfil ni bagaje profesional de nadie.

Si esto ya genera el desdén de la oposición, imagínense el de la mayoría de los ciudadanos. Desde hace años, la palabra de moda es desafección. Todo lo contrario a la ciudadanía neorepublicana que nos propone Hanna Arentd, pidiendo una ciudadanía activa, involucrada y comprometida, protagonista del espacio público. La desafección es el desinterés y la apatía, a veces el hartazgo, de los ciudadanos por la cosa pública cuando no se sienten representados por sus representantes. Y se consigue cuando falta transparencia en la gestión de lo público, cuando se colonizan las instituciones y no cumplen con su papel, cuando se prefiere no pactar con el contrario antes que buscar soluciones comunes y sensatas, cuando las iniciativas legislativas populares se echan a la papelera una tras otra, cuando no se convocan referéndums para consultar a los ciudadanos cuestiones importantes ante el miedo de que el resultado no responda a lo deseado, cuando se cierran y bloquean las listas electorales impidiendo que accedan figuras ajenas al ‘aparato’ de turno del partido, cuando se pone en entredicho la división de poderes, cuando surgen nuevos partidos que alimentan esperanzas que se van desinflando sucesivamente por los personalismos y los mismo vicios de siempre, cuando se pierde la coherencia entre lo que se promete y lo que se incumple, cuando no se da respuesta a los problemas ciudadanos.

Y esa desafección popular se traduce en que mucha gente se va haciendo incrédula, se cronifica el abstencionismo y, como mucho, se vota al menos malo con la nariz tapada. Me pregunto con pesar qué poco va quedando en la sociedad de aquella ilusión de los años 80 con una democracia recién estrenada. Siempre restan, por supuesto, los ‘hooligans’ de cada formación, los que aplauden todo lo que diga su candidato, los fieles a los colores por encima de cualquier cosa. Los que dividen el mundo entre quienes están con ellos, o contra ellos. Pero la vida no es así.

La moción de censura reciente será olvidada en unos días. Enterrada como algo anecdótico, irrelevante e insustancial. Un episodio más que ayuda a esa desafección de una ciudadanía confundida y que no logra entender figuras e instituciones que antes parecían básicas y evidentes. Como tantas veces se ha dicho, el problema de nuestros días, más que el mal de unos pocos, es el silencio de la gente buena. Siempre suena más una lata vacía, que otra llena.

** Abogado y Mediador

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