Opinión | HOY

Así somos

Si para algo me está sirviendo esta nueva vieja pantomima perpetua en la que vivimos, y que escenificamos en nuestros debates parlamentarios, es para corroborar mi desesperanza, que no quisiera nunca que acabase en desesperación. Somos así. Definitivamente y para siempre, nos hemos fraguado así; ya no hay para nosotros como pueblo más oportunidades para entrar en una nueva época en la que, por fin, pudiésemos construir algo con sentido de comunidad. Definitivamente acepto la realidad que se viene fraguando desde siempre. Yo tuve una esperanza, pero ahora veo que sólo fue una ensoñación de juventud. No me sirvieron mis estudios de Historia ni lo que traje de herencia al nacer: una España derrotada por sí misma, llena de heridas y silencios, sobre todo silencios, para acallar tanta desolación cainita. Yo era un bisoño. Sólo me han podido convencer los años y la melancolía que ellos tejen. Tenía delante de los ojos la esencia de nuestro ser histórico, y no lo veía. Ahora, por fin, he visto que en mi vida ha despertado de su demencia don Alonso Quijano, y que ha despertado para morirse. Lo tenía delante de mis narices en los arquetipos con los que nos reflejamos y nos identificamos como pueblo, puestos en nuestra Literatura: un loco que sólo habla para sí mismo y sólo para escucharse a sí mismo; un zafio que lo sigue, aun a pesar de que ve que está loco, a pesar de que el loco lo maltrata y nunca le pagará las promesas que le ha hecho; un señorito, que cifra todo el valor de su vida en violar mujeres; un pícaro, que se regodea en robar y vivir del cuento; una vieja alcahueta, que se enriquece con la inocencia del amor... El espectáculo, por manido y repetido, no pierde su bochorno. Me rindo a la evidencia: somos así; lo llevamos en los genes. No es posible otro destino. Y así seguimos sin saber qué hacer con nuestra Historia, dónde colocarnos en ella, con estos aficionados a novelistas y políticos, a base de pastiches, con un único objetivo: escucharse a sí mismos en esos discursos interminables, por el indecible placer de recibir el aplauso de sus correligionarios, que en cualquier momento pueden sacar las navajas. Una generación tras otra para construir algo con el sólo objetivo de tener algo para destruir. Y así hasta el infinito de la eternidad.

 ** Escritor

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