Opinión | La curiosa impertinente

Laporta, Sánchez, Montero y las envidias

«No hay culpas, ni mal gobierno, ni leyes chapuceras, ni sectarismo, ni empecinamiento»

Acabo de ver a un lloroso Laporta, el señorín que se quedó en calzoncillos en un aeropuerto, tildando de sinvergüenzas a quienes quieren acabar con su club amado solo por envidia.

Y comprendo que es duro soportar esos billetes que caían de las gradas en San Mamés y el descrédito galopante y la sospecha de que el palmarés, victorias, leyenda y mès que un club son filfa y que hubo trampas, corrupción y sobornos. Como hermana de barcelonistas que ya no sé si lo son --ellos tampoco-- lo lamento, pues las glorias del Barça llenaron muchas tardes de domingo de mi infancia añorada. La justicia dirá la última palabra, con absolución, multa, suspensión o lo que sea. Destaparán la mafia, si la hubo, pero ya nunca será lo mismo. Y punto.

Más grave es que el presidente lloriqueante se agarre a la envidia con esa épica casposa, prima hermana del prusés, y que utilizan los culpables para defenderse de sus acusadores, llamándoles sinvergüenzas.

Y ya que hablamos de fútbol, recuerden cómo Cristiano achacaba a la envidia de su belleza las críticas que recibía. Uno en feo y otro en agraciado me han recordado en infantilismo y soberbia a quienes en el plano político y para defender a Sánchez hablan también de envidia, como Tezanos o Raquel Sánchez entre múltiples cobistas que los tiene, que no va se va a adular solo él a sí mismo. Abundan con argumento insólito en que quienes le critican lo hacen porque es guapo.

Hasta una amiga mía me apremiaba a que lo reconociera --¡es guapo y lo sabes!-- como si su donosura innegable bastara para convertirle por sí sola en el buen presidente que no es.

He leído también que hay quienes acusan a las feministas tradicionales de envidiar a Irene Montero, toda fuego y furia, porque es más guapa y joven y por eso le hacen la vida imposible y no porque repudien su fanatismo queer. No hay culpas, ni mal gobierno, ni leyes chapuceras, ni sectarismo, ni empecinamiento. Solo envidia ¡de su apariencia! Va a ser que, si a este nivel de frivolidad hemos llegado, ya no hay remedio, amigo lector.

*Profesora

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