Opinión | El triángulo

Más blancas y menos pandemias

Tres años desde que nos confinaron por el coronavirus y toca hacer balance. O no. Personalmente prefiero pasar página, porque bastante traumático fue aquello para todos como para estar revisando cada aniversario y rememorando cómo sufrimos el encierro, la saturación de las ucis y nuestra propia existencia.

Prefiero echar la vista atrás más que para analizar cómo la pandemia ha cambiado nuestras vidas, cómo no lo ha hecho. Ni ha convertido la salud mental en una prioridad del sistema sanitario, ni el respeto en la forma habitual de tratarnos ni la empatía en condición recomendable para las relaciones sociales. Seguimos siendo los mismos animales con instintos primarios donde prevalece la supervivencia personal frente a la del grupo.

Por suerte para la humanidad, esta se sigue sosteniendo gracias a personas valientes, inconformistas y reivindicativas que no se cansan de luchar por un mundo más justo. Por ejemplo, la actriz Blanca Portillo. Su intervención tras recoger el premio a su trayectoria en el Festival de Cine de Málaga es magistral. Sublime. Impecable. No innovadora, porque otras ya han asistido a galardones de renombre sin maquillaje para centrar la atención en sus discursos o actuaciones. La última, Lady Gaga en los Oscar, que apareció sobre el escenario sin el vestidazo con el que había ido a la gala, a cara lavada y su voz para cantar como principal reclamo. Pero Blanca ha dado un paso más.

Se presentó en camiseta, vaqueros y zapatillas premeditadamente porque así es ella, mamarracha, dijo. Recibió el reconocimiento como ser humano despojado de lujos y disfraces. Con 59 años, con más miedo y frío, que prefiere el amor a la admiración, la cerveza al champagne. Se comparó con Brad Pitt y las carcajadas del auditorio resonaron hasta en Sevilla. Supo poner el foco en el mensaje sin dramatismo, con ironía. Tiró de sencillez y le salió un discurso para enmarcar. Ella sabe cómo hacerlo. Es la mejor en los papeles de humor y en los de drama; en cine, en televisión o en teatro. Habló de la lucha de los guapos por demostrar su talento y de los feos por lo mismo. La belleza o la ausencia de ella puede ser una carga, como tantas otras cosas que solo cada uno de nosotros sabe. La naturalidad con la que habló y la capacidad de desnudar sus sentimientos y compartirlos con el público fue, una vez más, una lección.

La esclavitud de la imagen no acabará. Si una pandemia ha sido incapaz de cambiar mínimamente el comportamiento social global, como para que lo haga el discurso de una actriz. Pero precisamente por eso hay que seguir haciéndolo. Insistir, erre que erre, ser pesada, como un martillo pilón. Puede que no cambie nada. Pero por decirlo, que no quede.

*Periodista

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