Opinión | EL TRIÁNGULO

Calentando la silla

Las pruebas piloto me fascinan. Así, en general. Me parecen valientes, rompedoras. Se me antojan como un soplo de aire fresco porque suponen un período de experimentación cuyos resultados pueden sorprender. Y, sinceramente, el mero hecho de asombrarme por algo, me seduce. Ya ni les cuento si la idea sometida a examen es la jornada laboral de 4 días.

Reino Unido se ha convertido en un gran banco de pruebas. 61 empresas redujeron un 20% las horas de trabajo a toda la plantilla sin tocar los salarios ni disminuir los objetivos de productividad. El resultado, un éxito. Según un informe de la Universidad de Cambridge, 7 de cada 10 trabajadores estaba menos cansado, un 39% menos estresado y el 60% más satisfecho por poder conciliar mejor su vida laboral y familiar. Acabado el ensayo, el 92% de las compañías van a mantenerla porque a ellas el balance también les arroja ganancias. Todos contentos.

Algunas de las reticencias que genera la jornada laboral de 4 días, especialmente en el sector empresarial, suelen asociarse al tipo de sector productivo. Se presupone que en determinadas actividades económicas resulta inviable. Sepan que en las pruebas de Reino Unido participaron desde una pescadería a una consultoría, pasando por un bar, un centro de belleza o una inmobiliaria, entre otras.

En España, el Gobierno anunció ayudas económicas a finales del año pasado para aquellas empresas que quisieran ponerla en marcha. Valencia será la primera ciudad que, a partir de abril y de forma generalizada, tantee cómo funciona. En una tierra con costumbres tan nuestras, pero con los mismos problemas de sobrecarga de trabajo y conciliación que el resto de vecinos europeos, comprobaremos si por fin podemos superar de una vez por todas el estereotipo absurdo del español que alarga la hora de la comida, se echa la siesta y prefiere jornada partida para no hacer otra cosa más que trabajar y tomarse una cervecita cada tarde, muy tarde, con los amigos.

Las formas de vida, las rutinas y la tipología de unidad familiar han evolucionado tanto que nos merecemos abordar cambios profundos en el sistema laboral y acabar con el presentismo. Igual que retrasan la edad de jubilación por el aumento de la esperanza de vida, nos obligan a reciclarnos constantemente para adaptarnos a las necesidades del mercado y a estar disponibles prácticamente las 24 horas por si surge algún contratiempo -bendito correo electrónico-, nos hemos ganado a pulso dejar de confrontar productividad y reducción de jornada. No por calentar más tiempo una silla se rinde más. Hasta que no entendamos eso y cambiemos la forma de ver las relaciones laborales, seguiremos anclados en el siglo XX.

*Periodista

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