Opinión | EL CUERPO EN GUERRA

Las no manifestantes

Este 8M no todas pudimos estar en la calle reivindicando nuestros derechos: las enfermas, las hospitalizadas, las agredidas, las coaccionadas económica o psicológicamente, las maltratadas, las que no pueden dejar atrás la labor de los cuidados o que son las que los necesitan, las dependientes, las psiquiatrizadas, las internadas en una institución que aparentemente dice velar por su bienestar, las que no pueden permitírselo económicamente... Puede que sean ellas las que más necesiten que su voz sea escuchada.

¿Pero cómo hacer visibles las reivindicaciones de las ninguneadas e invisibilizadas por el sistema patriarcal paternalista y capitalista? No se me ocurre cómo salvo portando su mensaje en las pancartas, mas no sería suficiente. ¿Creéis que acaso no sufren las que no han podido manifestarse y necesitaban que su voz fuera escuchada? Porque podrá ser algo simbólico, que el feminismo es un asunto de los 365 días del año 24/7 pero parece que si una no ha salido a las calles... Es que está siendo cómplice de todas esas aberraciones que sufre a diario de manera sistemática. O que no le importan.

Hablaré por las enfermas, psiquiatrizadas, hospitalizadas, institucionalizas y todas aquellas que por su condición de fragilidad física o mental son privadas de este derecho: duele. Duele no poder alzar la bandera feminista, no poder gritar con nuestras compañeras, no levantar nuestro mensaje... No ser parte de ese algo que se rebela porque nuestro estado nos lo impide. Y da igual que ejerzamos nuestra lucha diariamente en nuestro entorno más próximo o en nuestra parcela, reivindicando una atención e investigación médica igualitaria o, incluso, que accedamos a servir de conejillo de indias en la prueba de tratamientos para que la ciencia avance para las mujeres que vendrán.

En nuestro interior, ira, resignación, desencanto, tristeza, soledad, inseguridad, incomprensión... Y ni siquiera nos queda el grito... Aceptamos nuestra situación pero... Solo nos tenemos a nosotras para luchar por nosotras y por las que estarán en nuestra situación y nadie nos presta atención ni nos coge de la mano. El grito no es la solución, pero aliviaría sentirse parte de algo.

Por eso, cada 8M celebro a las privilegiadas que pueden manifestarse por nosotras y se lo agradezco, pero sobre todo pienso en las que no están ahí. En sus reivindicaciones, en su soledad, en dónde queda la sororidad y solidaridad del movimiento feminista para con todas ellas.

 ** Escritora

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