Opinión | ENTRE ACORDES Y CADENAS

Mi trabajo soñado

Los adolescentes quieren situarse frente a una cámara y hablar sobre temas intrascendentes

La empresa Remitly, con sede en los Estados Unidos y presencia en más de ciento treinta y cinco países, es una de las grandes multinacionales que han crecido exponencialmente en los últimos años. En esencia, según su propia descripción, es un servicio digital de remesas cuya misión es lograr que el proceso de transferencia de dinero sea más rápido, accesible y transparente. Pero, junto a este objeto social principal, se dedica a otros asuntos, muchos de los cuales, al menos en apariencia, no tienen nada que ver con aquél.

En concreto, hace unas semanas, esta empresa hizo públicos los datos por ella recopilados, basados en búsquedas globales de Google entre los meses de octubre de 2021 y octubre de 2022, con la consulta «¿cómo ser un…?», seguido de un determinado empleo. Los resultados llaman poderosamente la atención, sobre todo por el hecho de que las nuevas tecnologías de vigilancia y control social permiten precisar el origen de las búsquedas y dónde reside el buscador, si en Madrid o en Bogotá. Dos ciudades que, además del idioma y de varios siglos de historia, tienen algo en común, que sus jóvenes habitantes desean, por encima de todo, dedicar sus horas a convertirse en ‘influencers’ profesionales.

Tanto España como Colombia, en el mapa, aparecen teñidos de un color entre el amarillo y el naranja, al igual que un fruto marchito que empieza a descomponerse sobre la tierra próxima al árbol. Lo mismo sucede con la República Dominicana, Costa Rica, Jordania, Ecuador o Venezuela, pues sus jóvenes, lejos de desear contribuir a la ciencia o a la cultura, sueñan con ganar dinero mostrando públicamente sus miserias físicas y metafísicas. Llama la atención la diferenciación entre ‘influencer’ y ‘youtuber’, estos últimos representados en azul celeste, como los bordes de la fosa de las Marianas, la depresión del fondo marino situada en el océano Pacífico occidental y la más profunda de los mares, en un claro símil del lugar al que se dirigen las almas de los contemporáneos soñadores, al abismo. Lejos quedan ya los tiempos en los que los jóvenes, arrastrados por los vientos de cambio, por los nobles ideales de libertad y predominio de la cultura, tapaban las calles de medio mundo.

En Chile, por ejemplo, la patria de Pablo Neruda o de Víctor Jara, los adolescentes no quieren escribir, sino situarse frente a una cámara y hablar durante horas sobre temas intrascendentes, sobre videojuegos, partidos de fútbol o relaciones sexuales entre meretrices y coristas. «A este mundo --dijo Michel Houellebecq-- ‘le falta de todo menos información suplementaria’». Los derechos fundamentales no importan, la pervivencia del sistema democrático no importa. Sólo el dinero. Y la mejor forma de obtenerlo cuando careces de talento, cuando no sabes leer ni escribir y encima te regocijas de ello, es convertir tu vida en un escaparate, donde el cristal, limpio como una patena, permita a los vertebrados bípedos que, por mera curiosa morbosa e insana, «te siguen» o «se suscriben a tu canal», contemplar desde la distancia tu vida vacía y carente de sentido. México, Bolivia, Uruguay, Túnez, la República Checa, Eslovaquia, Indonesia, Japón. Los kilómetros las separan, pero la generalización del fenómeno ‘youtuber’ les une.

Ahora bien, no todo está perdido. Porque en Somalia los jóvenes quieren convertirse en científicos. El único país del mundo, según los datos de Google, en el que predominan quienes buscan información sobre cómo dedicarse a la ciencia. La investigación, pues, dependerá en un futuro no muy lejano de Somalia. Como suele decirse, que Dios nos coja confesados.

La medicina, por su parte, se reduce a Mali y a un pequeño país del sudeste asiático, que ocupa la mitad de la isla de Timor, rodeado de arrecifes de coral y fauna marina. Timor Oriental, capital Dili. De allí vendrán los médicos del futuro.

Lo que predomina, por número de población, es claramente piloto. En Estados Unidos, Canadá, Australia y Papúa Nueva Guinea. Y luego, una luz de esperanza, escritor, en todos los países escandinavos, Sudáfrica, Argelia, Libia, Grecia, Rumanía, Hungría, India o Pakistán.

Son datos de búsqueda, es cierto, no opciones reales. Pero quien busca información es obvio que tiene interés. Y el interés por la nada, por la vacuidad, es la nota característica de los tiempos actuales. Ese es el problema. El culto al abismo.

Suscríbete para seguir leyendo