Opinión | COLABORACIÓN

Santiago Muñoz Machado, hijo predilecto

Destaca en su quehacer diario por acometer muchas cosas y bien, por su rigor y solvencia

Pozoblanco ha distinguido, por fin, al eminente polígrafo de la ciudad. El prócer está sobrado a estas alturas de honores y distinciones de las más altas instituciones nacionales e internacionales, y nada precisa para mayor lustre de su excelente currículo personal. No obstante, hay cosas necesarias que deben hacerse por decencia, honestidad y cumplida consideración con quien es hijo de la ciudad y posee valores de notabilidad y excelencia. Más aún, cuando existe un consenso generalizado y completo, desde hace años, de otorgar dicha distinción. Muñoz Machado destaca en su quehacer diario --como bien decía en su despedida jubilar universitaria el profesor-- por hacer muchas cosas y bien, por su rigor y solvencia. Es cierto. Sus ingentes avales están a la vista: catedrático universitario solvente (Derecho Administrativo; doctor honoris causa...), académico por duplicado (Real Academia, Ciencias Políticas y Morales), abogado de prestigio, intelectual de prestancia, emprendedor (editor, ganadero...); así como una ingente producción científica, literaria e histórica de la mayor relevancia, premiada hasta la saciedad. La concesión del galardón de hijo predilecto de Pozoblanco entronca más con las cuestiones afectivas. Es ante todo un distintivo personal del espectro emocional que, entiendo, se otorga a quien no solamente es y se considera de casa, sino que se valora su extraordinario esfuerzo por ensalzar asimismo su propia naturaleza. El doctor lo hace habitualmente con derroche de entusiasmo, porque conoce muy bien lo que representan los pilares de la tierra: las raíces. No perder los lazos del pueblo que te vio nacer no solamente es un carnet, sino una actitud y un regreso constante; es la convivencia habitual con quienes compartes vida y la importante realidad de infancia, imaginario colectivo, fiestas y tradiciones; es mantener vínculos materiales insoslayables frente a nodos existenciales que arrastran con no poca fuerza e imperiosa insistencia. Más allá de las actitudes personales hacia Pozoblanco, el profesor Muñoz Machado ha derivado siempre hacia la ciudad réditos académicos y culturales de importancia, desde la dirección de la Fundación Ricardo Delgado Vizcaíno (muy especialmente), que anualmente desgrana actividades de provecho, sobresalientes (conferencias, presencia de hombres ilustres...), para un reducto provincial al que obviamente no pueden llegar fácilmente las grandes excelencias de las capitales. Se trata sin duda de la generosidad, entendemos, de un proceso de ida y vuelta. El insigne pozoalbense revierte las compensaciones a un pueblo que le vio nacer y crecer, que le regaló los primeros años de infancia y desarrollo, posibilitando la asimilación de un medio natural y urbano que le dejará huellas indelebles. En Pozoblanco aprendió Muñoz Machado los rudimentos educativos, las bases de la lengua y los fundamentos morales de la mano de los progenitores (muy especialmente don Andrés Muñoz, avezado y culto) y conciudadanos. Aún recordamos los incipientes balbuceos literarios, brillantes, como incipiente escritor de la crónica infantil del viaje de estudios a Cataluña; el celoso semanario de Pozoblanco (’El Cronista del Valle’) recogía en diferentes días las expansivas experiencias de un niño que, seguramente azuzado por su padre, mostraba en su corta edad un espíritu inquieto, capacidad, madurez, solvencia y la ilusión premonitoria de un escritor en lontananza que da sus primeros pinitos anticipando lo que había de venir.

El tiempo y la historia, que siempre dan y quitan razones, acredita medio siglo largo después que aquel niño que vislumbraba puentes de desarrollo en la escritura ha alcanzado brechas inalcanzables para la mayoría, pues desde la dirección de la Real Academia de la Lengua asienta hoy, junto a otros y otras, pilares culturales de nuestro idioma. La concesión del título honorífico de hijo predilecto, decimos, no hace otras cosa que estrechar vínculos afectivos entre los hijos de la casa, con reconocimientos recíprocos, pero especialmente con la generosidad que representa no una simple dádiva, sino creando pautas de ejemplaridad que constituyen un estímulo para un pueblo. Muñoz Machado es natural de Pozoblanco, y es, sin duda, un argumentario que sirve para congraciar a los convecinos, pero es también ejemplo de trabajo y dedicación, desarrollo personal y un auténtico referente personal.

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