Cada vez que apunta la crisis y se dispara el precio de los alimentos --está disparado y disparatado-- también se dispara la imaginación y, paralelamente a los recursos que hay que aplicar a la cesta de la compra, surge el sentido del humor, capaz de convertir en chiste hasta lo más dramático. El otro día, en una tertulia surgió el tema del jamón ibérico: que siendo tan antiguo en nuestras dehesas debería estar más protegido; que es un animal distinto del cerdo común; que la calidad de su sabor es inigualable; que la proporción de tocino que tiene es enorme; que su rendimiento está en la forma de cortarlo y por eso hay tantos cursillos y concursos de cortadores de jamón; que no sé quién había vendido una finca donde criaba cerdos, porque no vendía ni uno y el negocio de los jamones estaba fatal... Y miren por dónde, al día siguiente de estos comentarios, llego a la charcutería donde suelo comprar y me encuentro un cartel diciendo que lonchear y envasar al vacío un jamón ibérico, antes gratis, va a costar ahora 15 euros. Para acabar de arreglarlo.
Tanto oír hablar de jamón ibérico, me ha sugerido chistes muy antiguos, de aquellos del tiempo de la escasez en que el jamón --como el pollo de Carpanta-- era emblemático objeto de lujo y de deseo, símbolo de abundancia y de riqueza. Supongo que todos recuerdan el chiste del padre que le dice a su hijo «como me toque la lotería me voy a comprar un jamón», a lo que el hijo responde ilusionado «eso, papa, y me montas a mí atrás». Recordarán también el dicho clásico de que «cuando un pobre come jamón, o está malo el pobre o está malo el jamón».
Uno de los presentes en la tertulia bromeó con la idea de que si algún día le diera por suicidarse, se metería con un jamón y un cuchillo en una bañera llena de agua, y que estaría cortando y comiendo jamón hasta que le sobreviniese un corte de digestión. Y he oído a otro decir «como me toque el jamón que están rifando, voy a celebrar un banquete con dos invitados»; y responder a la pregunta «¿qué dos invitados?», «¿pues qué invitados van a ser?: el jamón y yo?». Luego están los chistes en que una equivocación del transportista hace que el jamón llegue a casa del vecino y, una vez advertido el error, no haya manera de sacarlo de allí. En fin, que el jamón sigue figurando en los primeros puestos del imaginario popular y por eso, aunque ahora triunfa el bacalao, deseo que en ninguna casa falte el jamón.