Opinión | PARA TI, PARA MÍ

Las tres ‘miradas’ de la Cuaresma

Se trata de un tiempo para mirar con admiración y asombro. Es un periodo para convertir la mirada al estilo de Jesús

Hablar de la Cuaresma, --el tiempo fuerte que vive ahora la liturgia de la Iglesia--, es hablar de una nueva mirada, una mirada desde el corazón, una mirada serena y exigente, clave esencial en esta hora, en este momento tan crucial de la historia, que consiste en estar «en alerta», en prestar atención, en tener encendido un despertador permanente para conocer a fondo nuestras motivaciones, emociones y preocupaciones. La Cuaresma es la gran pedagogía de Dios que sabe que continuamente tiene que recordarnos su historia de amor con todos y con cada uno de nosotros. La Cuaresma es un tiempo para mirar con admiración y asombro. Es un tiempo para convertir la mirada al estilo de Jesús, para pasar esta temporada fijándonos en lo que vivimos, en aquellas cosas que forman parte de nuestra vida. La Cuaresma es un tiempo para dejarnos «mirar por Dios», porque una mirada suya bastará para convertirnos y creer en el Evangelio, en la Buena Noticia de la salvación. La Cuaresma es un tiempo para que nosotros miremos a Dios. Mirar los brazos abiertos de Cristo crucificado; contemplar su sangre derramada con tanto cariño y dejarnos purificar por ella. La Cuaresma es también una mirada al prójimo, una mirada de consuelo, de acogida, de sonrisa. Una mirada que transmita en este tiempo que la Vida con mayúscula es posible. Son las tres miradas de la Cuaresma que nos invitan a sintonizar con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos. Hoy, en el segundo domingo de Cuaresma, se nos ofrece, el pasaje de la Transfiguración de Jesús, al que acompañan tres de sus discípulos, en el monte Tabor. Aquí está «la cumbre», la meta del camino. Al final de la subida, mientras estaban en lo alto del monte con Jesús, a los tres discípulos se les concedió la gracia de verle en su gloria, resplandeciente de luz sobrenatural. El papa Francisco nos comenta este episodio bíblico, con hermosas sugerencias: «El camino ascético cuaresmal, al igual que el sinodal, tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Una transformación que, en ambos casos, halla su modelo en la de Jesús y se realiza mediante la gracia de su misterio pascual». Y a continuación, el Papa propone los dos caminos a seguir para ascender junto a Jesús y llegar con Él a la meta: «El primero se refiere al imperativo que Dios Padre dirigió a los discípulos en el Tabor, mientras contemplaban a Jesús transfigurado. La voz que se oyó desde la nube dijo: ‘Escúchenlo’». Por tanto, la primera indicación es muy clara: escuchar a Jesús. La Cuaresma es un tiempo de gracia en la medida en que escuchemos a Aquel que nos habla. A Dios, ciertamente, lo podemos escuchar de muchas maneras en todo tiempo y lugar: A través de su Palabra revelada, a través de nuestros hermanos y hermanas, especialmente en los rostros y en las historias de quienes necesitan ayuda, a través de los mensajeros que el Señor nos envía, con un recado de parte suya para entregarlo personalmente a cada uno de nosotros. El segundo camino que el papa Francisco propone para ascender con Jesús y llegar con Él a la meta, lo toma del pasaje evangélico: «Jesús se acercó a sus discípulos y, tocándolos, les dijo: ‘Levántense», no tengan miedo’». «He aquí la segunda indicación para esta Cuaresma», subraya el Papa: «No refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios, de experiencias sugestivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones. La luz que Jesús muestra a los discípulos en un adelanto de la gloria pascual y hacia ella debemos ir, siguiéndolo a Él solo». La Cuaresma está orientada a la Pascua.

Y el retiro no es un fin en sí mismo, sino que nos prepara para vivir la pasión y la cruz con fe, esperanza y amor, para llegar a la resurrección. No olvidemos algo muy importante: «Los cristianos estamos ya transfigurados, revividos»; nos hemos asomado al abismo, pero Jesús nos ha sacado, poniéndonos en pie, diciendo: «Vamos, la tarea es grande, el riesgo constante, por eso os necesito». El horizonte de otra vida nos hace recordar aquellos versos tan hermosos de Jean Blesi: «Yo tomo mi billete para el cielo / cuando el tren de la esperanza silba en mi corazón. / Y al oír su silbido respondo: ‘Ya voy, Señor’».

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