Opinión | SIN FRONTERAS

Tiempo de Cuaresma

La duración de este periodo ha sufrido algún cambio. Es a partir del siglo IV cuando se fija la duración de esta etapa de penitencia

Tras el Carnaval, que es un tiempo de permisividad y desenfreno, llega como de puntillas la Cuaresma: un período que, como dijera el santo obispo de Hipona, lo es de tribulación. Al otro lado se yergue, esperanzada, la Pascua de Resurrección, símbolo de gozo en la vida futura. Es la Cuaresma época en la que se hace presente, bajo todas sus formas, el hecho incontestable de la fragilidad humana, simbolizada en la ceniza que se nos impone en la frente al comienzo de la misma; época también de penitencia y de sacrificio, al menos para aquellos que siguen las enseñanzas de la Iglesia de Roma y de otras confesiones con marcado carácter evangélico. Son momentos de ayuno y de penitencia, de expiación de las culpas cometidas y, cómo no, también de esa conversión personal con la que humildemente los creyentes aspiran acercarse a Jesucristo.

A lo largo de los siglos la duración de este periodo ha sufrido algún cambio. Al principio se extendía durante poco más que un par de semanas. Es a partir del siglo IV cuando se fija el lapso de cuarenta días, tal y como hoy lo conocemos, sin que haya experimentado desde entonces variación alguna. Esos cuarenta días se convierten así en una especie de número mágico cargado de simbolismo, pues dicho guarismo se halla presente también en otros episodios bíblicos: cuarenta fueron las jornadas que duró el diluvio universal o el tiempo en el que Moisés anduvo por el Monte Sinaí; cuarenta fueron los días que Jesús pasó en el desierto, antes de dar comienzo a su vida pública; también cuarenta fueron los días que, según anunció Jonás, faltaban para que se desencadenara la destrucción de Nínive; y cuarenta los años que el pueblo de Israel pasó peregrinando por el desierto antes de arribar a la tierra prometida por Yahvé. Hoy son seis semanas las que dura la Cuaresma, extendiéndose hasta el Domingo de Pascua. En la antigüedad, dicho periodo se hallaba relacionado con la renovación de la tierra, es decir, con el propio calendario agrícola, manteniéndose aún hoy aspectos de dicha costumbre: no olvidemos que el primer día de Cuaresma llega, en el hemisferio norte, tras el domingo que prosigue a la primera luna llena de primavera y, a su vez, su última semana coincide con la que da inicio a la semana mayor, días en los que se intensifican los actos dedicados a la penitencia y a la purificación de culpas o pecados.

En algunas comarcas de España perduran ceremonias de regeneración del año y de la vegetación, con celebraciones singulares en las que predomina el carácter paródico, como las de la muerte y el entierro del Carnaval, o la lucha del invierno contra el verano, con la consiguiente expulsión o muerte de aquél; o la instauración de la primavera, con sus rituales y celebraciones jubilosas que concluyen con la quema o el entierro de algún pelele. El tiempo de Cuaresma suele también ser objeto de representaciones antropomórficas en las que se quema en efigie; no faltando tampoco la evocación de Judas, quien muere cuando Cristo resucita.

Durante los días que dura la Cuaresma se hace el vía crucis. En Callosa de Segura (Alicante) se efectúan cánticos que se remontan al siglo XVI. En Calzada de Calatrava (Ciudad Real) sale el Pecado Mortal: mujeres con farol y campanilla que en cumplimiento de alguna promesa recorren las calles mientras que, por parejas, piden para sufragios por las benditas ánimas del Purgatorio. Lo mismo acaece en la cacereña Tornavaca, donde La Esquila, por promesa, sale a diario unos diez minutos durante la Cuaresma para pedir mientras se reza por quienes más lo necesitan. Los sábados, en Chinchilla (Albacete) se hace sonar una trompeta de unos tres metros de largo, mientras que los domingos en Cervera (Lérida) o en otras poblaciones de Barcelona y Tarragona se escenifican representaciones de la Pasión del Señor. El segundo domingo de Cuaresma, en Lloret de Mar, se celebra el acto religioso de ‘Aplec dels Perdons’; y durante la mitad del periodo, en las toledanas Ciruelos y Noblejas, se reparte la Vieja, es decir, se sale al campo para tomar el tradicional hornazo. El tercer domingo, en la provincia de Huesca, recorre las calles la Vieja Remolona. Y el cuarto domingo, en otras localidades de Almería, Murcia y Mallorca se sale al campo para degustar el hornazo, siendo en Jumilla donde este adquiere forma de lagarto. Del mismo modo, se celebran otros rituales en Órgiva (Granada), el viernes anterior al de Dolores, con gran aparato de pólvora, o bien en la provincia de Orense, con alguna fiesta patronal, y en Olivenza (Badajoz), el domingo anterior al de Ramos o de Lázaro, cuando se saca en procesión a Nuestro Padre Jesús de las Penas.

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