Opinión | MEMORIA DEL FUTURO

«Ser o no ser: Rusia y el mundo nuevo»

El riesgo de enfrentamiento global es hoy mucho más real que hace treinta años

Llevamos una semana haciendo balance después de un año de guerra en Ucrania. Quizá la inquietud más extendida es encontrar las claves del futuro de este conflicto. Si examinamos los estudios que presentan los analistas, la conclusión a la que se llega es evidente: nadie tiene certezas sobre qué va a pasar a partir de ahora. Más vale echar una mirada hacia atrás por si podemos atisbar desde lo pasado lo que puedan deparar los próximos meses.

En principio, sobre la guerra en sí misma, sorprende que después de tanto adelanto tecnológico, la utilización de técnicas de guerra híbrida, las sanciones y estrategias de tipo económico destinadas a mermar la capacidad financiera de Rusia y la de sus élites, y todo lo que supone limitar el potencial ruso de todo tipo conforme a unas dinámicas digamos que modernas, nos ha llevado a necesitar tanques y trincheras: la lucha de la infantería cuerpo a cuerpo. Tanta modernidad, total para matar y morir como hace cien años.

El choque entre Rusia y Occidente, que ha tomado cuerpo en tierras de Ucrania, tiene unas raíces que van más allá del Donbás o de la península de Crimea, incluso más allá del mítico imaginario nacionalista del Rus de Kiev. Además, es un origen más concreto y menos difuso. La unilateralidad que surgió tras la caída del muro de Berlín dejó a Rusia sin el papel protagonista del bipolarismo que le proporcionó la URSS.

La buena gestión económica de Putin en la primera década de este siglo, determinó un consenso nacional en torno a su figura y supuso un punto de inflexión en la espiral de decadencia de los noventa. En ese momento de recuperación, Putin advirtió que Rusia afrontaba entonces el riesgo de dejar de ser una primera potencia global, para ser una potencia regional o de segundo o tercer nivel. Ello era muy grave para los estrategas rusos y para el propio poder político del Kremlin, pues no era posible un poder interno fuerte sin un poder exterior sólido de primer nivel. Rusia no se podía permitir pasar de ser el interlocutor principal frente a Estados Unidos, a un invitado de segundo orden en el marco de las relaciones internacionales. A partir de esa idea, todo paso dado por EEUU se vio como una amenaza a la propia existencia de Rusia por la regla expuesta de que sin poder externo no hay poder interno.

Soberanía y relaciones internacionales se dieron de la mano en esta estrategia, que lleva a Rusia a afirmar que la guerra en Ucrania es una guerra de carácter defensivo para asegurar la propia supervivencia de Rusia. Es bueno entender siempre el punto de vista del contrario, para tratar de situar las bases del conflicto y poder encararlo de un modo más eficaz. Todos los acontecimientos del presente siglo, que van desde la invasión de Irak, hasta las primaveras árabes, el Maidán o las revueltas contra dictadores en Georgia o Chechenia, han sido vistos como un desafío al antiguo poderío ruso en el seno de la URSS y por tanto como una amenaza a su estabilidad y cohesión interna.

La anexión de Crimea en 2014 fue la expresión de la férrea voluntad de seguir siendo una potencia global para poder afirmar el poder de Putin y lo que él representa como un símbolo de la propia supervivencia de Rusia. La percepción que aquél ha conseguido transmitir a casi tres cuartas partes de los rusos es que sin el control de su «espacio natural» no es posible la supervivencia de la «madre» Rusia. Por eso este relato condiciona y va a condicionar el futuro de una guerra que va a ser larga y que pretende el desgaste del adversario. Putin está convencido de que la unidad europea se irá resintiendo conforme avancen los meses sin un vencedor claro. La inflación, los problemas energéticos, el malestar social alimentará movimientos políticos que minarán progresivamente la actual respuesta europea unida. Es cuestión de tiempo. El tiempo es un arma también letal, porque también él está convencido de que la capacidad de resistencia del pueblo ruso y el control político al que está sometido, le dan ventaja sobre unos regímenes democráticos en los que las disensiones pueden expresarse con libertad, y en los que la capacidad de resistencia a una dura crisis económica, en la que el egoísmo de entidades financieras y empresas energéticas no va a facilitar el apoyo a los sectores sociales más débiles y les hará vulnerables. El sistema capitalista antepone los dividendos a cualquier otra consideración --léase Ferrovial sin ir más lejos--, y Putin esto lo sabe.

Y aquí aparece un factor que va a ser clave. A China le interesa todo lo que sucede en Europa para distraer la atención de Estados Unidos en Asia. Con pasos silentes y firmes va conformando su preeminencia en aquella región y, sobre todo, trata de mantener su candidatura a sustituir la preponderancia de Norteamérica, primero defendiendo el multilateralismo y luego anhelando reemplazar al viejo imperio, como siempre ha ido ocurriendo a lo largo de la historia. El riesgo de enfrentamiento global es hoy mucho más real que hace treinta años, porque lejos de fomentarse unas relaciones internacionales multilaterales, el unilateralismo de Estados Unidos tras la caída de la URSS, trató de imponer su concepción del mundo sometiéndola a sus intereses. Hay una responsabilidad clara por parte de aquellos presidentes que fomentaron esa política viéndose vencedores de la guerra fría.

Ahora bien, llegados a este punto, reclamar una negociación así sin más parece bastante pueril. Negociar, ¿el qué? Esta es la primera incógnita por despejar. Si pensamos que la negociación debe limitarse a hablar del Donbás o de Crimea o incluso de la entrada o no de Ucrania en la UE, somos bastante inocentes en nuestro planteamiento negociador. Si planteamos no armar a Ucrania y esperar que Rusia se retire a una mesa de negociación, somos aún más ingenuos. Ya lo han dicho otros, pero es necesario repetirlo. Gracias a la política de no intervención defendida por Chamberlain, y antes en el Comité de Londres apoyada por León Blum para los republicanos españoles, para nada se facilitó el «apaciguamiento» de Hitler o el de los militares rebeldes en España --bien pertrechados por Alemania e Italia--, facilitando la ocupación de Checoslovaquia y Polonia y condicionando el curso de nuestra guerra civil.

Por supuesto que toda gestión de un conflicto pasa por la negociación. Pero aquí lo que hay que negociar va mucho más allá de este concreto escenario de guerra. Hay que redefinir completamente el marco de las nuevas relaciones internacionales, en el que debe determinarse la posición de Ucrania, por supuesto, pero la relación de Rusia con el resto de Europa también y, especialmente, la asunción por Estados Unidos y China de un nuevo papel que no conduzca a una nueva guerra fría y a un nuevo bipolarismo. Y esto tiene mucho más contenido que la cortedad de miras que algunos parecen poner de manifiesto mirando solo a esta guerra.

Necesariamente estoy de acuerdo con la exigencia de un armisticio inmediato, pues no puede continuar esta sangría de vidas humanas que es lo que más importa. Pero más allá de eso, es mucho, demasiado de lo que hay que hablar. ¿Están todos dispuestos a ello o se precisan más de setenta millones de muertos en dos guerras mundiales, como la última vez, para redefinir el mundo nuevo?

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