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Antonio Gil

PARA TÍ, PARA MÍ

Antonio Gil

Pregón de Cuaresma: «Otra vez tu ceniza, Señor…»

Dios mismo es el que «se coloca» en nuestras frentes, haciendo suya «nuestra ceniza»

El poeta cordobés por excelencia, Pablo García Baena, fue, sin duda, el que pronunció el primer pregón de Cuaresma, en nuestra ciudad, con un bellísimo poema, que tituló austeramente: ‘Ceniza’. Comenzaba con este peculiar mensaje: «Otra vez tu ceniza, Señor, sobre mi frente... Polvo soy que algún día volverá hasta tus plantas». El poeta nos descubre que la ceniza que recibimos el pasado Miércoles, sobre nuestras frentes, no era nuestra, sino de Dios: «Otra vez tu ceniza, Señor...». Es Dios mismo el que «se coloca» en nuestras frentes, haciendo suya «nuestra ceniza», para transformarla en luz, en vida, en resurrección. Gracias, una vez más, querido Pablo, por haber escrito el primer «pregón cuaresmal» de Córdoba, «piropeando» a una «ceniza ardiente», que definiste como «ascua que estalla en el volcán de tu amor implacable». Quizá por eso, unas monjas claretianas dejaban a un lado la fórmula clásica de «Acuérdate de que eres polvo», y al imponer la ceniza en las alejadas aldeas africanas, decían entre sonrisas estas palabras: «Acuérdate de que eres fiesta y de que en fiesta te has de convertir». El «Directorio sobre la piedad popular y la liturgia» nos define la Cuaresma como «el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua, tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las «armas de la penitencia cristiana»: la oración, el ayuno y la limosna». El papa Francisco nos dice que «la oración es la fuerza del cristiano, de todo creyente». Y subraya: «Ante las muchas heridas que causan dolor y podrían aridecer nuestro corazón, estamos llamados a sumergirnos en el mar de la oración, que es el mar del amor sin límites de Dios, para que nos consuele con su ternura». Sobre el ayuno, el Papa nos dice que sólo tiene sentido «si hace que nuestras certezas se tambaleen realmente, si supone un beneficio para los demás, si nos ayuda a practicar el camino del buen samaritano que se detiene al ver a su hermano en apuros y lo ayuda». Y sobre la limosna, Francisco menciona «algunas clases de hipócritas de lo sagrado, es decir, gente que se pavonea cuando hace limosna, reza o ayuna. Creo que cuando la hipocresía llega a tal punto, estamos cerca de cometer un pecado contra el Espiritu Santo. Tengamos cuidado porque todos podemos convertirnos en hipócritas». El evangelio de hoy, ya clásico en el tiempo de cuaresma, nos ofrece las tentaciones de Jesús, en el desierto. ¡Cuántas llamadas, desde todos los frentes, a buscar por caminos de engaño nuestra propia felicidad! La tentación de buscar y centrarnos en lo puramente material, de reducir todo el horizonte de nuestra vida a la mera satisfacción de nuestros deseos, convirtiéndolo todo en pan con que alimentar nuestras apetencias. La tentación de buscar el placer más allá de los límites de la necesidad, incluso en detrimento de la vida y la convivencia. La tentación de «expulsar a Dios» del mundo y de nuestro mundo, mientras adoramos a tantos «dioses» como intentan «seducirnos» con sus fórmulas de felicidad. Nos engañamos si pensamos que ese es el camino de la liberación y de la vida. ¿No estamos viendo que una sociedad que cultiva el consumo y la satisfacción no hace sino generar insolidaridad, irresponsabilidad y violencia? En un pregón urgente para la cuaresma de esta hora, desde el silencio de nuestras conciencias libres, escucharemos una voz que nos susurra al oído del corazón: «Entrad en Cuaresma, volved al desierto, listos para el combate, ligeros de equipaje, la mente despejada, las entrañas llenas de ternura y misericordia, calzado apropiado, con la esperanza siempre a flor de piel y la mirada fija en otro tiempo, la Pascua. Dejaos mecer por la brisa del Espiritu, poned vuestro corazón en sintonía con los latidos de Dios y el grito de los afligidos, bebed en los manantiales de la vida y no os dejéis engañar por los espejismos del desierto. No profanéis los templos vivos. Vivid la cuaresma, bien despiertos, caminando en comunidad, con fe y esperanza y amor. Aprended de Jesús que se negó a hacer prodigios por pura utilidad, capricho o placer. Escuchad la verdad que se encierra en sus inolvidables palabras: «No sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios». Como decían los versos de nuestro gran poeta: «Otra vez la ceniza llamando está en la puerta de mi frente...»

** Sacerdote y periodista

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