Opinión | AL PASO

El Claus

Hoy escribo de un gran cantaor cordobés. Del Claus, que está en tos laos. Yo no sé cómo se lo monta el colega. Bueno sí: con alegría y tesón. Y siendo flamenco hasta la médula. Y porque el tío está siempre contento. Vamos, que si algún día el Juan Antonio Claus Fernández está de mosqueo, no se lo nota ni Dios. Este fuensantero desde la coronilla hasta la uña del dedo gordo del pie canta que te cagas. Pero es que, además, es un gran aficionado conocedor de todos los palos antiguos. Juan Antonio el Claus es el cantaor que más curra de Córdoba porque él lo vale; lo mismo te lo ves en la verbena de Cañero que en la feria de una aldea del quinto coño cantándole a cuatro pensionistas. O, como el otro día, que estaba en el Círculo de la Amistad con todos esos que visten de «Lui» y que están podríos de billetes. Claro que sí, porque para él no hay clases sociales. Solo gentes respetuosas vengan de donde vengan. Pero es que, como persona, es para comértelo porque es como un héroe mitológico del buen rollo. Yo lo conozco de siempre, la verdad sea dicha, pero no es por eso por lo que hago esta columna. No. Es porque estoy tan harto de ver por los medios tanto cara polla, tanto aprovechón, tanta poca vergüenza, tanta ruina, tanto engaño, que escribir sobre un ciudadano extraordinario por ser descaradamente normal, es tan novedoso y agradable que me descansa el alma. ¡Y no está enamorado ni nada de la Dulce, su esposa desde que eran chicos! Cuando lo veo con ese peaso de morena con el brazo echado por encima exactamente igual que 30 años antes, me siento orgulloso de ellos, pero no menos de mi barrio, hasta el punto que siento que no tengo más patria que la Fuensanta. ¡Y esas camisas hawaianas que me usa para cantar! (¿dónde se las comprará?). Me recuerda a Alberto San Juan cuando hace de taxista en la película de los noventa ‘Al otro lado de la cama’. Porque mi Claus lleva la alegría de los noventa donde va. Hace poco iba yo caminando y pasé por el Café Málaga, de Marisol y Fernando (que también ya mismo les toca columna), ese chulísimo garito del centro un poco más arriba del Carrasquín. El tío estaba con su grupo y se ve que me vio por los cristales y dice: ¡esta canción se la dedico al Marquitos el abogado! Que ilusión me hizo. Coño, que me paré y me tomé algo hasta que salí de allí de aquella manera. Sé que hace unos años estuvo en Japón, enseñando a los chinos, que por lo visto el flamenco les mola un montón. ¡Que me hubiera gustado verlo con lo guasón que es! Pero es que luego se fue a Angola a enseñarle el flamenco a los negros, que, por lo que me han contado, fliparon. Aparte de todo, es que el Claus canta bien y sobre todo tiene una chispa que engancha y se te mete en el bolsillo. Pues nada, Claus mío, que el bolsillo te rebose y que tu hogar llegue al infinito de felicidad. Y que quieres que te diga más, que sigas siendo siempre el tío de puta madre que eres.

*Abogado

Suscríbete para seguir leyendo