Opinión | CON LA VENÍA

La reconquista de la igualdad

O cambiamos de estrategia o la desigualdad económica será una realidad científica inapelable

Un reciente informe de la OCDE constata que el ingreso medio del 10% más rico en la población en los países desarrollados es nueve veces superior al del 10% más pobre. Es verdad que la desigualdad entre países ricos y pobres se está reduciendo, pero no es menos cierto que, dentro de un mismo país, sea rico o pobre, la desigualdad entre sus ciudadanos está aumentando de manera significativa. Son muchas las causas pero entre ellas destaca el cambio de paradigma tecnológico en el mundo de la economía, lo que determina que se produzca una mejor retribución de los profesionales cualificados, al tiempo que se castiga duramente a los empleados de menor nivel de preparación.

Pero, con todo, la cuestión clave está siendo el relajamiento de las políticas redistributivas. O cambiamos de estrategia o el crecimiento de la desigualdad económica será una realidad científica inapelable. Si queremos afrontar el problema es forzoso revisar íntegramente nuestro sistema retributivo y fiscal. Por de pronto hay que acabar con el escándalo que suponen las retribuciones de todo tipo que perciben los responsables del sistema financiero. Ganan auténticas fortunas que no guardan, en la mayor parte de los casos, proporción ni con sus méritos ni con su esfuerzo. Sería preciso, además, impulsar un plan de choque dirigido a proteger a las víctimas de las sucesivas crisis financieras y económicas. No tenemos tiempo para esperar el resultado de las políticas macro. Por ello hay que defender la práctica de acciones urgentes, remedios inmediatos contra la desesperación social, partiendo de la base de que la defensa contra la pobreza extrema debe ser un derecho jurídicamente exigible ante los tribunales. Es imprescindible frenar el avance del número de personas que se sienten excluidas de la nueva lógica del sistema.

Tomar en serio la igualdad supone, desde luego, la férrea voluntad de lograr la igualdad digital. No hablo de un añadido cosmético sino de un cambio sustancial que afecte al núcleo duro de todos los programas políticos. La innovación y el conocimiento se generan de forma múltiple, universal, colaborativa y dinámica. Todos los ciudadanos deben ejercer el derecho a participar en la creación de unos valores que son esenciales. Este proceso exige un profundo cambio en el sistema educativo, en las propuestas de formación profesional y un esfuerzo estratégico de los sistemas de investigación. Se está produciendo una aceleración exponencial del fenómeno de la «mundialización de la vida» que ya intuyera Ortega y Gasset. A los que tenemos cierta edad, el uso de las nuevas tecnologías nos produce una cierta extrañeza pero, con todo y con eso, no podemos ignorar la incipiente existencia de una dualidad entre lo presencial y lo virtual que afecta a la vida de muchas personas que viven en red. Para ellos ya casi nada es presencial, inmediato y visible.

Para estas gentes, habría que modificar el axioma de Ortega y Gasset, «yo soy yo y mis circunstancias», sustituyéndolo por «yo soy yo y mi circunstancia en Internet».

El trabajo político debe propiciar la recapacitación en ciencia y tecnología, como un poderoso instrumento para prosperar en la reducción drástica de la desigualdad. Los atributos de estos nuevos ciudadanos del siglo XXI tienen, además, una influencia causal y directa de fenómenos tan graves y preocupantes como el desapego o desconfianza hacia la clase política y las políticas tradicionales. A mayor abundamiento, estos nuevos ciudadanos se caracterizan por su menor fidelidad ideológica y están dispuestos a cambiar de opción política tan pronto como tengan un buen motivo para hacerlo, de ahí que las encuestas electorales se muestren incapaces de anticipar con razonable certeza los resultados de las urnas. Del mismo modo, son ciudadanos que no esperan a la mañana siguiente para leer el periódico, que no esperan a la próxima temporada para comprar un artículo de moda, ni a tener dinero para disfrutar, por ejemplo, de la música o del cine de la manera en que les gusta. Viven «en tiempo real» y necesitan que las cosas ocurran aquí y ahora. Tienen abundante información, están hiperconectados como nunca lo han estado pero al propio tiempo tienen menor implicación en los asuntos generales. Es como si su voluntad de intervención o participación social terminase allí donde acaba la posibilidad de actuar o influir directamente y no por delegación o simple empatía.

Nunca hubiera creído que terminaría diciendo que las nuevas tecnologías puedan tener alguna utilidad positiva. Pero me temo que la tienen. Son o pueden ser un instrumento eficaz para lograr la reconquista del principio de igualdad.

* Exministro de Justicia e Interior

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