Opinión | COSAS

El abrazo

La UCO ha sido la anfitriona de este encuentro entre padre, Manuel Benítez, e hijo, Manuel Diaz

No hay que impulsar una etiología del comportamiento para saber que los abrazos confortan. Fuera de los efectos dramáticos que sufrió el pobre don Favila al comprobar en carne propia el abrazo del oso, ese gesto humano se asocia con el afecto o la reconciliación. Las guerras carlistas asoman viejunas en la memoria, pero de las lecciones escolares queda la reminiscencia del abrazo de Vergara, y la nemotecnia a renglón seguido de los generales Espartero y Maroto. Y si hay un cuadro que simboliza la Transición, sin duda acudimos a ‘El Abrazo’ de Juan Genovés, esa pléyade anónima de ciudadanos en sepia que pintan sobre el blanco el imaginario de cualquier plaza española donde restañar heridas y celebrar el reencuentro.

Fuera de ser un escenario recurrente en la batería de preguntas de «Saber y Ganar», Córdoba no se prodiga en los medios televisivos, a salvo de las querencias del mes de mayo. Pero esta semana pasada nos hemos dado una merendola de pompas de sociedad, por el morbo en el que se especulaba por un abrazo esquivado durante tantos años.

Manuel Benítez tendría sus razones y sus manías para evitar un acercamiento con Manuel Díaz, igual que tampoco se trata de diseccionar el aquí y ahora, el criterio de oportunidad de este abrazo como si fuera un comentario de texto. Pero a pesar de que no son buenos tiempos para la tauromaquia, la dimensión de El Cordobés no puede encapsularse en la esfera privada. Hay que aplicarle las convergencias al presentismo para buscar las equivalencias en un tiempo que no se regía por compraventa de seguidores en la red o por emoticonos. Entre otros motivos porque el Quinto Califa les hubiera ganado por goleada a estas celebridades de usar y tirar. Le ayudaría, por qué no, el contexto, pues el mundo era bicéfalo entre ecuaciones y agallas: la proeza del salto en la Luna y el visceral populismo del salto de la rana. Al igual que Nixon practicó la diplomacia del ping pong con los chinos, desde la Casa Blanca no se sabía si era la montera o el tricornio lo que se lanzaba a la arena. El amigo americano seguía las retransmisiones con precarios satélites, creyendo a pie juntillas que arrancaría de la plaza el aria de ‘Carmen’, o su madre llevaría luto por él. Y que eran los Beatles los que querían conocerlo, y no al revés.

Luego llegó el tiempo enturbiado, como las buenas historias. Iba quedando atrás la España de las gallinas de El Lute, pero el Cordobés jugaba con esa supuesta paternidad a la gallina ciega. Un enroque amohinado frente a la audacia y el tesón de Manuel Díaz, cuya obstinación alcanzó tintes dickensianos. Había en El Cordobés Jr. la bonhomía de un Pinocho hecho niño; o la traslación a los ruedos de Jeromín, la bastardía de Juan de Austria no sublimada en Lepanto, sino en los arriesgados tentaderos de la luna y los mayorales.

La Universidad de Córdoba ha sido la anfitriona de este encuentro, porfiando si acaso los recelos animalistas, atiplados, en cualquier caso, por este final feliz. Un abrazo postergado 54 años tiene tintes novelescos, tal que los del amor en los tiempos del cólera. A favor de ambos toreros está que la fidelidad de los enamorados puede resquebrajarse, pero la reconciliación de un padre y un hijo suele ser para siempre.

** Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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