Opinión | FORO ROMANO

Que no me conoces, que no me conoces

Los colegiales del patio de recreo de enfrente de mi balcón --que me cuentan todos los días la vida-- desfilaron el viernes vestidos de carnaval por el mismo espacio en el que juegan, hacen gimnasia y pegan las voces propias de quienes viven la vida sin más cortapisas que el dolor de la sangre que les haya podido salir de una herida en la rodilla.

Por navidad cantan villancicos, el día de Andalucía recuerdan los orígenes de nuestra tierra y cuando asoma el calor sus sudores anuncian que está a punto de entrar el tiempo de las vacaciones de verano. Así va dando vueltas la vida que, al menos en su primera parte, en la escolar, siempre se parece a sus orígenes, cuando todo es natural, como el juego, las peleíllas, la gimnasia y las fiestas y las vacaciones, como el carnaval, las navidades y los baños en las piscinas o en la playa.

Los países que despiertan todos los días a sus niños en los pupitres y luego los llevan a jugar en los patios de recreo cumplen, en teoría, con la ley natural con la que se desarrolla el mundo. Cuando no hay guerras que lo dejan todo perdido.

El mundo es una reiteración durante los sesenta, setenta, ochenta o cien años que vivamos, que los más sabios dedican a encontrar fórmulas científicas que mejoren la humanidad, otros curan en los hospitales a las personas enfermas, algunos se meten en política porque creen en el ser humano y otros, en cambio, para aprovecharse de la coyuntura y hacerse ricos, algunos futbolistas le ponen alegría a los fines de semana con el arte de su juego mientras sus directivos compran al comité de árbitros, algunos cordobeses se hacen empresarios por una temporada y montan un quiosco de caracoles, mientras que en ciudades y pueblos colectivos ciudadanos se visten con traje de romeros y caminan de tal guisa 14 kilómetros en la romería de la Virgen de Luna camino de Pozoblanco.

Afortunadamente el mundo está inventado y a los humanos nos toca vivirlo en armonía, lejos de ese afán de los tanques rusos de estropearlo todo y mancharlo de sangre. O de esa insana ansia de riqueza de banqueros y gente con exceso de dinero que, entre otras cosas, se dedican a fabricar por principios ideológicos colas de pobres que no tienen ni zapatos para ir al comedor de los Trinitarios.

El mundo es una escuela, un instituto, una universidad, un Gran Teatro, un hospital Reina Sofía, un estadio de fútbol como El Arcángel, unos bares y pub´s con pantallas de televisión para ver los partidos, un circuito para hacer deporte, como El Tablero o el del Parque Cruz Conde en la Colina de los Quemados, unas salas de cine de invierno y verano y unas terrazas donde se pueda disfrutar de la bebida, la comida y la charla para alcanzar la felicidad y no solo para esa coyuntura a veces cruel de ordenar la ciudad sólo en función de los turistas. Y la permanencia sin final del proyecto cultural Córdoba, ciudad de las ideas de la Fundación Artdecor en cuyas residencias contarán en mayo con dos plazas para artistas ucranianos.

El carnaval es –como el próximo Miércoles de Ceniza y la Semana Santa—una parte de ese mundo ya inventado cuya misión es criticar con el arte de los versos y la música los desmanes de quienes dirigen ciudades y pueblos y salen casi todos los días en periódicos, televisión y redes sociales… porque se creen importantes.

El carnaval llenaba nuestros pueblos de corros que entraban y salían de las casas sin pedir permiso, con la cara algo tapada y cantando «que no me conoces, que no me conoces, que soy el mismo de la otra noche».

Eran aquellos tiempos de mili que hacía con el luego director del Góngora Ángel López Alegre, con corros en la plazoleta Peñas, cervezas en el bar Moreno y amigas como María Luisa antes de firmar su arte como Mimat Atelier, cuando el Colectivo Cultural El Jardal, y Radio Villanueva de Córdoba, donde ya brillaba Jesús Rodríguez, luego Vigorra, estaban a punto de resucitar los carnavales de Los Pedroches.

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