A todas luces, una de las causas esenciales de la absoluta incomprensión y rechazo de la opinión pública occidental hacia Putin y su política se conecta directa y pujantemente con su férvido nacional-catolicismo en su versión, claro es, de la Iglesia ortodoxa. Conocido es al respecto cómo uno de sus más influyentes consejeros es el ‘staretsz’ de la Iglesia patriarcal restablecida en el mismo edificio en que antes del estalinismo residiera la terrorífica Lubianka, primitivo lugar del culto religioso durante el zarismo. Dicho consejero materializó a través de la televisión oficial el entusiasta proyecto de popularizar mediáticamente la historia del cristianismo ruso en el cruce de los tiempos medievales a los modernos, basándose en especial en la estrecha vinculación entre el poder regio y el religioso. La serie gozó de inmediato de una amplia audiencia y reforzó en el ánimo de Putin la idea de enaltecer el sentimiento patrio a través primordialmente de la exaltación de los valores religiosos, inexistentes o fuertemente opacados, conforme a su sentir, en un Occidente que no pierde ocasión para infravalorar e, incluso, menospreciar, el sentimiento nacional ruso, marcado hodierno, como en los mejores tiempos del pasado -y Dostoievski es un sublime ejemplo, al que no deja de recordar el inquilino del Krenlim- con la presencia efectiva de su más alquitarado ideario. Su decisiva estancia alemana en un lugar -Dresde- donde el influjo norteamericano traspasaba ancha y cuotidianamente las fronteras, reforzaría su identidad nacional, asentándola sobre sólidas bases.
La noción del «otro», fundamental en toda actividad política y de manera muy peraltada en la de metas y rasgos imperiales, se esculpió cuidadosa y arraigadamente en su estadía germana. Rusia a caballo entre Europa y Asia por su vasta geografía no pertenece propiamente a Occidente por su Historia e idiosincrasia. Según su reiterada confesión, por muchas que sean sus similitudes externas, la antigua Rusia de Kiev y la moderna de Moscú no se encarrilan por las roderas más hondas y características de Occidente. Según su opinión, la actual guerra de Ucrania ratifica tal elemento vertebrador de su pasado más genuino. En un Occidente por completo desclericalizado y secularizado en grado máximo, la difundida imagen del patriarca Cirilo bendiciendo a las tropas rusas invasoras se ofrece escandalosamente anacrónica y agresiva para el progresismo occidental. En el compás de espera en que transcurre estas semanas el excruciante conflicto ningún elemento civilizador crucial ha acabado por decantarse, para extraer de ello las pertinente y adecuadas conclusiones, siquiera a título provisional. En su anhelante espera, la historia de Rusia vuelve a ser lección de obligado repaso en una España en que, alevosa y ciegamente, la Historia ha mutado su categoría intelectual y científica, sin auténtica y enriquecedora proyección cívica y educativa.
** Catedrático