Agradecer es algo así como devolver las favores recibidos y que fueron entregados con la gratitud de quien sabe que vivir puede ser una haz de luz o un mar de tinieblas. El pasado sábado Labordeta, un hombre sin más recibió el Goya a mejor documental y si fue bonito el momento de las risas, de las palabras y de los brindis, lo es infinitamente más el momento en el que eres consciente de cuánta gente es feliz con tu felicidad y cuánta gente sigue añorando a aquel que supo recorrer los caminos con su mochila, mandar a la mierda con cierta ingenuidad, soñar la libertad, reivindicar Aragón y recorrer páginas vacías buscando palabras que construyeran una historia sin entender que la historia era él. Nunca damos las gracias lo suficiente, creo, y con estas líneas quiero agradecer, porque cuando nos cansamos de agradecer nos convertimos en seres llenos de manchas y de palabras oscuras que solo buscan venganza y timo y que son carroña en lugar de esperanza y lucha.
Agradecer tiene que ser una asignatura compartida y de obligado cumplimiento y debiera ser algo así como el lenguaje con el que aprendemos a reconocer a todos aquellos que nos han hecho mejores o menos tristes, no por la obligación de su cargo, sino por la generosidad de sus vidas. Pero en general olvidamos agradecer las cosas importantes, las necesarias -una sonrisa en un país extranjero, un mano en un hospital, la ayuda en la batalla, el calor en la desolación, el silencio en el duelo...- y acabamos agradeciendo de manera profesional, por educación y sin corazón ni verdad, y eso cada vez nos hace más inhumanos y bastante más imperfectos en esa perfección que buscamos, para que todo lo que resulte contagioso esté lejos de la gratitud y muy cerca de la bronca y del insulto gratuito y demagogo.
Esta semana escuché a un hombre, víctima de los terremotos en Siria y Turquía, decir la siguiente frase: «Empezamos desde cero. Sin muebles, ni recuerdos». Me conmovió porque equiparar los muebles a los recuerdos quiere decir que lo has perdido todo y que donde estaba aquel espejo que ya no está tampoco hay recuerdo, como no lo hay en el espacio que ocupaba ese dormitorio o aquel salón y que son vacío y escombro. Había desolación en su rostro y agradecimiento por las manos que salvan y acompañan y sí: agradecer es devolver los favores recibidos y que son entregados con la gratitud de quien sabe que vivir puede ser un haz de luz o un mar de tinieblas.
* Periodista y escritora