Opinión | TORMENTA DE VERANO

Carnaval, carnaval

La fiesta genera un desbordamiento de los sentidos y placeres, frente al recogimiento de Cuaresma

Aunque se viene anunciando con la elección de los sultanes y la salmorejá a finales de enero, con el llamado Jueves Lardero comenzó ayer la semana grande del Carnaval, con sus disfraces, cuartetos, comparsas, murgas, chirigotas, coros donde los haya, su certamen de concursos de agrupaciones carnavalescas, actuaciones callejeras, el pregón y la cabalgata final. «Una fiesta que tiene que ser la del color, la de la fantasía, la de la imaginación, la fiesta de la copla burlona, la semana de la transgresión, de la crítica, del chiste satirón, la del pelotazo, del cajonazo y del bastinazo», como la definiera el maestro Julio Pardo en su pregón de 2011.

Etimológicamente de «carne-vale» o adiós a la carne, lo situamos en la antesala de la Cuaresma y conlleva un desbordamiento de los sentidos y placeres, frente al recogimiento y propuesta penitencial de la Cuaresma, aunque hoy sea una celebración que no tiene como referencia las creencias religiosas. La celebración de don Carnal es una fiesta antigua, que se pierde en la noche de los tiempos y de las que quedan vestigios en las fiestas dionisias griegas o las bacanales romanas. El papa Gregorio en el siglo VI ya reconoció oficialmente esta fiesta pagana con la condición de que el Miércoles de Ceniza se purifiquen los pecados cometidos durante la misma. Salvo en Asia, es una efemérides que se celebra en todo el mundo de forma diversa, siendo muy reconocidos los sambódromos de Brasil y especialmente de Río de Janeiro, con la celebración carnavalesca más grande del mundo. Y los de Venecia, datados hace ya más de mil años, con sus trajes del siglo XVIII y sus llamativas máscaras, caracterizadas por un largo pico proveniente de las utilizadas por los médicos durante la época de la peste en Europa. Más cerca nuestra, destaca el Carnaval canario con su elección de reina y trajes fantásticos y suntuosos, y los carnavales de Cádiz proclamados fiesta de interés turístico internacional, que este año se visten de luto con el repentino fallecimiento de Julio Pardo, su músico y letrista más afamado. Es una fiesta abierta y para todos. Para los guapos y los feos, para los ricos y los tiesos, para los que se disfracen con arte o sin él, para los graciosos y los siesos, en la que sale el arlequín que llevamos dentro. Un Carnaval que todo lo consigue amenazando con tangos, que chantajea con cuplés y estribillos, que te secuestra con presentaciones y popurrís. Una fiesta viva, que ha sabido superar los envites del tiempo y adaptarse a circunstancias muy dispares, que nuestros jóvenes y colegios, calles y escenarios, comparsas y chirigotas mantienen viva. Lo que más me gusta del Carnaval es su colorido y desenfado, la burla y la ironía cuando se hacen con inteligencia y gusto, su carácter transgresor y políticamente incorrecto si va acompañado de gracia y arte. Y sobre todo, como cualquier manifestación cultural, si tiene alma y raíces propias, singularidad, y no resulta una burda imitación, sabiendo que no todos los lugares tienen la misma idiosincrasia y formas de manifestarse. En nuestra tierra, nacieron vinculados a los patios de vecinos donde se reunían guitarras y laúdes, y posteriormente con el empuje de las estudiantinas. Unos destacan por la elegancia de sus disfraces, otros por la ingeniosidad de sus músicas y letras, otros por el compás y ritmo de sus bailes, cuando se identifican y mimetizan con el pueblo que los vive y acompaña.

Esta fiesta milenaria tiene hoy todo el sentido y sigue estando de plena vigencia en este mundo global, ante tanto encorsetamiento y corrección, ante tanta crispación y embaucador que nos pide el voto. El Carnaval es una válvula de expresión social, de arte popular, de crítica social y política, sin filtros, desde el pueblo y para el pueblo, ante el escenario del mundo. Como proclamó El Cateto en su epílogo del pregón del año pasado: «Salgan, disfruten de febrero, vístanse con su ingenio y que la voz del pueblo jamás nadie la pueda vencer... Canten cuplé, chirigoteros; parodias, cuarteteros; a Córdoba sus versos; y las comparsas, canten también». Preparen papelillos y serpentinas. ¡Viva el Carnaval!

** Abogado y mediador

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