Opinión | Entre visillos

Un Palomo de altos vuelos

El diseñador maleno sigue rompiendo barreras, de género y de todo lo demás

La moda, esa frivolidad tan seria, está cada vez más de ídem. Y Córdoba no es ajena a la oleada de nuevos diseñadores españoles que luchan por llegar a la cima, en un paisaje tan competitivo como el de los trapos gloriosos y las firmas que mejor arden en la hoguera de las vanidades. Hasta se ha inventado un contenedor para agruparlos, los llaman la Generación WON, sigla derivada de una iniciativa de la revista ‘Vogue’, Who’s On Next, nacida para premiar el talento emergente que brilla en proyectos y colecciones propias, muchas veces superando dificultades e incomprensiones. Una de las principales estrellas de esta hornada de creadores de la aguja que no solo han echado raíces en el presente, sino que apuntan al futuro, es Palomo Spain, nuestro chico rebelde de Posadas. Alejandro Gómez Palomo más que modisto en boga empieza a convertirse en un fenómeno de masas a juzgar por la popularidad que arrastra, sobre todo entre el famoseo.

Hace unos diez años, cuando empezaban a sonar su nombre y su inconfundible estilo provocador en pasarelas de dentro y fuera del país, llegó un día a este periódico desde su pueblo -donde aún mantiene el cuartel general, lo que le honra- para que le hiciera una entrevista que obtuve gracias a la mediación de Rafael Valenzuela, paisano suyo y compañero mío. Servidora -sin entender de ropas, solo por puro morbo-, hubiera dado cualquier cosa por fisgar en el taller de donde salían aquellas prendas estrafalarias, aunque bien cortadas y cosidas por costureras malenas de fina puntada, unos diseños que tanto daban que hablar. Pero Palomo prefirió servirme la conversación a domicilio con tal de que no invadiéramos su santuario. Superada la frustración inicial, que compensó con derroche de sinceridad y simpatía, debo confesar que Palomo Spain me cayó bien, y así ha sucedido las pocas veces que lo he visto después. Aquel joven de aleteo de manos e indumentaria imposible, alto, guapo y dueño de una mirada alegre, casi inocente, tras las gafas de sol que le tapaban media cara -no sé si por epatar o por disimular la timidez-, me pareció sensato y de ambición bien programada. Un muchacho sobrado de la inteligencia natural que le aconsejaba agarrarse a atuendos extravagantes para sí y los demás -aspiraba a cubrir el universo masculino de gasas y tutús- si quería destacar sobre el resto y encontrar su lugar en el mundo.

Y lo encontró. Desde entonces no ha hecho otra cosa que crecer en sueños cumplidos. A sus desfiles -en el último, el pasado lunes, Nueva York volvió a rendírsele- asisten invitados de relumbrón afines a sus ocurrencias estéticas, tan almodovarianas que el mismo cineasta es quien más las aplaude; ha vestido a Beyoncé; hizo el traje para Chanel en Eurovisión, el más caro, cuentan, de la representación patria en el certamen, y eso que Massiel lució en el 69 un abrigo de chinchilla. Y, enamorado del flamenco, que dice que le inspira mucho, se ha sacado de la manga una versión de trajes entre lo melodramático y lo ‘queer’ que está revolucionando la percepción del zapateado. Además, mientras poco a poco fue soltando plumas para adoptar envoltorios más cercanos a lo formal -a él le sienta estupendamente el mil rayas de toda la vida-, su rostro aniñado se ha hecho archiconocido en la televisión con uno de esos programas cazatalentos donde el que más resaltaba era el suyo. Pero la consagración definitiva le ha llegado al diseñador en forma de un libro de Luis Sala Miquel que analiza la historia de la moda española. ‘De Fortuny a Palomo’ se llama la publicación, y en el título está dicho todo.

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