Opinión | entre líneas

Correcto y sin pizca de gracia

Los autores están más coaccionados al incluir una palabra o una idea políticamente incorrecta

Felicidades a los carnavaleros cordobeses por esos 40 años de Concurso de Agrupaciones y por el libro sobre esta fiesta que ha comenzado a recoger un material histórico ingente. Y es que, sin ir más lejos, los pasodobles, cuplés, coplas y popurrís (ahora a lo que siempre hacían los carnavaleros para cerrar su actuación se le llama dice ‘tributo’ o ‘cover’) han sido, año tras año, auténticos periódicos libres de la actualidad que merecerían guardarse para la posteridad y ser objeto de más de un sesudo estudio por expertos de la comunicación y la Historia, con mayúscula. O al menos, son dignos de ser recopilados sistemáticamente como parte de la memoria viva de la ciudadanía.

Como ven, me encanta el Carnaval y los carnavaleros. Y sobre todo sus discusiones, en las que demuestran que son gente de armas tomar. Quizá por ese ansia de contar cosas en coplas, en verso, cantando, en prosa o a voces, pero siempre con una pasión desmedida. Un servidor en esas discusiones de carnaval no se mete. Y no porque no quisiera hacerlo ni por tener un carácter menos apasionado, sino porque si a uno no le ha dado Dios el don de rimar y componer ni el ingenio para convertir la sátira en un arte, lo mejor que puede hacerse es... escuchar.

Y en esas estaba, escuchando a unos veteranos del Carnaval en una agitada tertulia, cuando alguien lanzó la idea de que ese cierto declive de la fiesta que se notó hace un par de décadas podía venir de un cambio social, cuando se perdió el ‘morbo’ que existía tras la dictadura de oír y cantar cuatro verdades a voz en grito.

Al momento saltaron otros carnavaleros que negaban la cuestión. Primero, porque nunca ha dejado de tener el Carnaval esa carga crítica. Y segundo, porque el nivel de las agrupaciones carnavalescas, y más en Córdoba, no ha dejado de ir hacia arriba. Sin embargo, alguien apuntó que lo que sí puede estar registrándose ahora es que los autores estén cada vez más coaccionados a la hora de incluir una palabra o una idea políticamente incorrecta, temerosos de que, sacado el mensaje de contexto, las redes sociales lo acaben crucificando. Curiosamente, todos se quedaron pensativos con el argumento, asintiendo y sin querer añadir nada más, algo increíble en cualquier agitada discusión de carnaval. Y aquello me dio hasta miedo, porque reflejaba un triste acuerdo que refleja mucho más de lo que parece. Porque puede resultar que el ingenio y la libertad, que nunca deben faltar y que los carnavaleros son los primeros en ponerles su justo coto por puro sentido común, ni necesidad de censura, vuelva a ser todo un peligro. Hasta puede que ahora alguien sienta que corre más riesgo que durante la dictadura por otra nueva tiranía: la de las redes sociales, en la que cada vez veo menos arte y a más personas que se erigen a la vez en testigo, fiscal, juez y verdugo. Ya había visto cómo las redes sociales han ido arrebatando espacios a otros medios del presente, sin que la verdad o la mentira tengan valor alguno, pero temo cada vez más que también vayan cerrando puertas a la libertad de expresión y pensamiento. Y eso sí que no tiene ni pizca de gracia.

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