Opinión | CALIGRAFÍA

Horarios

El horario de un monje de Silos consiste en levantarse a las 5 de la mañana, cantar maitines antes del amanecer, hacer lectura espiritual y cantar laudes cuando ya ha amanecido; desayunar a las 8, oír la misa conventual y cantar tercia. Entre las 10 y las 14 se dedica a su trabajo, con un alto para cantar sexta. Come de 14 a 15, tiene una hora de descanso y paseo, canta nona, trabaja de nuevo de 16 a 18 y para para cantar vísperas, con cena y diálogo fraterno de 20 a 21, momento en el que canta completas. Después, hasta las 5 del día siguiente, empezará su descanso nocturno. Esta jornada, según reza en el esquema que han colgado en el monasterio de Santo Domingo de Silos, está armonizada por la oración en el corazón de la iglesia y el mundo.

Sin embargo, un preso de un centro penitenciario explotado por Sodexho, en Texas, desayuna entre 7 y 7.30, limpia su celda entre las 7.30 y las 8, tiene taller de 8 a 11 y deporte de 11 a 12.30, momento en el que almuerza hasta las 13.30. Comienza una hora de posibles visitas familiares, y hasta las 15.30 puede entrenar. Vuelve a tener taller hasta las 18.30, cena y desde las 20 horas puede descansar.

Murakami, el autor de ‘La caza del carnero salvaje’; en cierta época de su vida que no sé si dura hasta hoy, decía que se levantaba a las 4 de la mañana, se ponía a escribir inmediatamente cinco o seis horas, y cada tarde corría diez kilómetros, o nadaba un kilómetro y medio, o las dos cosas. Leía, escuchaba música, entiendo que cenaba hidratos como un jabalí desbocado (pero esto es cosa mía) y se iba a la cama a las 21 horas.

E.B. White escribía como doña María Moliner o como he visto escribir a mi madre toda su vida: se sentaba en el salón y escribía cuando tenía que escribir rodeado de gente sin la menor consideración por esa persona que está allí, escribiendo, sin hacer el gestito torvo de pensador interrumpido.

Balzac le tenía dada la vuelta al día, y se escribía sus buenas diez horas empezando a la 1 de la madrugada y terminando a las 15 horas, con una siestecilla intermedia. Kant tenía horario más bien silense, y Víctor Hugo, Le Corbusier y Mozart, más bien de presos en Texas.

Uno bien puede ser lo que hace durante las mejores horas del día. Por puro prejuicio, la pose bohemia torturadita de trabajar de noche me ha desagradado siempre, aunque ahí están Balzac y los estudiantes de arquitectura, y qué tíos, ¿no? Mi afinidad descansa con el horario del horno de panadería (el pan es la civilización y la disciplina de los pueblos), que permite intensas soledades de 5 de la madrugada en adelante, o vidas secretas o dobles o conspiratorias.

Esa digna reserva de horas de horno, que va de 5 a 8, ha sido pasto de gurús, autoexplotadores y siervos dispuestos a ser la mercadería de otros. Yo era celoso de ellas, porque en ellas vivía mis delirios. Hasta que mi hijo, desde que nació, se despierta a esa hora, va a mi mesilla de noche y me alarga libro, móvil y gafas.

Cuando se retrasa lo echo terriblemente de menos.

** Abogado

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