Opinión | ENTRE ACORDES Y CADENAS

Esclavos del siglo XXI

Habitamos en la sociedad del deseo, del culto al consumo. La nueva deidad

España, el próximo año, crecerá dos puntos porcentuales. Inditex, tres. Y Netflix. Y Twitter, si Elon Musk no resulta ser un fracaso como gestor, también lo hará. Todos creceremos. Al igual que crecimos el año pasado y hemos crecido durante el presente. Porque no existe otra alternativa. Nuestra existencia se sustenta sobre un único fundamento, un único puntal sin el cual llegaría el gran descalabro. Hemos de optar por crecer o por desaparecer. Crecer o morir.

Una buena economía no admite la pérdida, ni siquiera la contempla. Como tampoco concibe las medias tintas, las tablas del ajedrez, ni para ti ni para mí, este año nos quedamos igual, ni perdemos ni ganamos. Una buena economía siempre está en constante cambio, en permanente ascenso por la infinita escalera del beneficio. Tenemos que ganar más. Ganar más para seguir ganando. Cueste lo que cueste. Caiga quien caiga. Una estrategia resumida en tres simples verbos: vender, vender y vender.

Pero ¿cómo? Fácil. A través de la publicidad clásica, de los coloridos carteles que cubren las fachadas, de los mensajes subliminales introducidos con calzador en los millones de programas televisivos o en los vulgares ‘reality shows’ que han sustituido a la carta de ajuste. Y cómo no, a través del marketing contemporáneo, de las redes sociales y de los ‘influencers’. Esos hombres y mujeres que han renunciado a su intimidad y, a veces, a su ya no tan inherente humanidad tan sólo por una porción de pastel, por un lugar privilegiado en la sucia orgía en la que vivimos.

Todo consiste en crear necesidades, en despertar en los recién creados humanoides el deseo desesperado de consumir, de adquirir el nuevo modelo de esto o de aquello, en tenerlo por fin en su poder, en vestir ese flamante pantalón con agujeros que acaba de diseñar cualquier corista, portada de la última edición de las revistas del corazón. Porque sin apetito, no hay compra. Y, en consecuencia, ni hay ingresos ni riqueza.

Habitamos en la sociedad del deseo, del culto al consumo. La nueva deidad. El nuevo ídolo de barro al que todos, mientras Moisés practica alpinismo o conversa con ardientes zarzas, hemos decidido adorar.

Es cierto que nos han empujado a hacerlo, que no ha sido una decisión libre y espontánea. Llevan tiempo manipulándonos y enterrando nuestra conciencia en montañas de panfletos y consignas baratas repetidas hasta la saciedad. Aunque también lo es que nosotros mismos nos hemos arrodillado y, tras hacerlo, genuflexos e idiotizados, nos hemos humillado y renunciado a nuestra individualidad para seguir como mansas ovejas al insustancial rebaño.

El amor, el arte, la belleza. Sublimes conceptos de antaño, hoy transmutados y mercantilizados.

Ama, sí, pero de la manera en que te digan que debes amar, dentro de los límites, cumpliendo las reglas y, sobre todo, sin pasión. Pues la pasión es libre, indómita y muy peligrosa.

Lea, por supuesto, aunque sólo los libros seleccionados, los políticamente correctos, los inclusivos, los comprometidos con las causas a las que debemos sumisión, los que hablen de reciclar plástico y papel, los que nos enseñen quiénes son los buenos y quiénes los malos, cuál es la historia real y cuál la manipulada.

En resumen, obedece, siempre obedece. Y no hables, no bromees, no te rías, no escribas, no pintes. No hagas nada salvo que, al hacerlo, glorifiques al sistema y a tus amos. Has de ser un buen esclavo.

Como dijo Zamiatin, «Que todo aquel que se sienta capacitado para ello, viene obligado a redactar tratados, poemas, manifiestos y otros escritos que reflejen la hermosura y la magnificencia del Estado único. Estas obras serán las primeras misivas que llevará el integral al Universo. ¡Estado único, salve! ¡Salve, bienhechor! ¡Salve, números!».

Y cada mañana, cuando te despiertes y, a tus pies, contemples tus cadenas, da las gracias y sonríe. Has vuelto a nacer.

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