Opinión | HOY

Esos espárragos

Va sentado al final del autobús. El dinero no le llega ni a tener mascarilla; el conductor se la ha dado. Ese viejo hombre es tan humilde que no se ve; solo un silencio cansado de muchos años. Lleva las manos acuchilladas por el frío. Se levantó de madrugada, cuando la ciudad dormía por fin. Tiene que comer cada día y no tiene para comer. Ha salido de su viejo bloque, que ya da a las afueras de la ciudad. Más frío, mucho más frío. El amanecer se insinúa sobre los tejados y al fondo de las avenidas. Ese viejo hombre ha tomado el primer autobús. Están muy fríos los asientos y la barra. Apenas le llega el dinero para el bonobús. Hay noche y frío tras las ventanillas. Luego ha tomado otro autobús hasta el campo. Unos pasos y el monte. Amanece. Más frío y más frío. El viento se levanta buscando el viejo rostro entre la barba tan cansada de canas y de años. Los ojos lloran de frío. Soledad. Monte arriba. Ese viejo hombre se conoce de sobra veredas, senderos, cárcavas y nieblas. Las agudas espinas del lentisco, la aulaga, la zarza, el cambrón. Cada una va dejando su arañazo y su desgarro. Un espárrago, otro espárrago. Monte abajo, monte arriba. El barro, la piedra, la escarcha, el viento. Y más frío, el frío que traen desde el cielo las últimas estrellas. Marca el sol las siluetas de los montes. Soledad, repechos, respiración sin aire. Ya sólo campo, matorrales, abrojos, quejigos, chaparros, alcornoques, y las grandes barbas blanquiverdes de líquenes y musgos. Canta el pájaro perdiz en una vaguada. La urraca grazna entre los retazos de la niebla. El zorzal alegra la espesura del monte. Se abre el día con más frío. Pinchan las espinas del hambre, pero no hay desayuno. Quizás luego algo de pan si reúne un manojo de espárragos. Monte arriba, monte abajo, hundir las manos en el matorral, y más espinas. El frío se cuela por los agujeros del roído jersey y por la delgada tela de los pantalones. Ese viejo hombre todo es hambres y penurias. A media tarde regresa a la ciudad. Tanto tesón ha conseguido un manojo de oro pobre. Lo cuida, lo abarca con sus manos crucificadas. Cuando deja el asiento, se tambalea de puro cansancio. Apenas puede erguirse por tanto andar agachado. Si vende su manojo de espárragos, tendrá para comer. Mañana..., ¿quién dirá mañana?

** Escritor

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