Opinión | pavesas

Donde no llega el mercado

«Las antiguas carreteras te acercan al meollo de lo que de verdad importa: aquello que no tiene precio»

Sería bueno que algún poeta con talento compusiera una oda a las carreteras secundarias. Yo leería con especial interés la estrofa dedicada a ciertas vías que cruzan nuestras sierras, y que languidecen entre encinas, pinos y alcornoques. Uno puede caminar por ellas sin demasiada cautela, pues solo muy de vez en cuando las recorre algún vehículo cuyo motor se escucha a medio kilómetro de distancia. ¿Qué sentido tienen hoy estas carreteras casi vacías? Antes conectaban la capital con algún núcleo de población que, de otro modo, habría quedado atrapado en el Medievo. Pero hace años se buscaron para estos pueblos rutas alternativas que, aunque más largas, también son más rápidas, al discurrir sobre un trazado menos sinuoso. Ahora, las antiguas carreteras conducen tan solo a ciertas urbanizaciones de dudoso encaje en la normativa urbanística, o bien a un restaurante que sirve carne de presa y al que todavía no ha llegado el pago con tarjeta.

Lo que me conmueve de estos caminos es que, perdida su función original, no hayan muerto del todo. Es cierto que sus pavimentos se hallan carcomidos por surcos y grietas, que alguna señal de tráfico cuelga de un hilo y a punto de caerse, que las marcas viales al borde de la calzada se asoman desvaídas, ocultas algunas por densas capas de pinocha. Pero tales muestras de senescencia solo las percibe quien camina junto a ellas. A su lado, y en rara armonía, aparecen parches de asfalto con los que se han cubierto hace poco las grietas más peligrosas, señales que levantan sus avisos sobre postes renovados, marcas laterales que sonríen recién pintadas. No hay duda de que la Administración provincial procura que estas carreteras arrancadas de la Historia no se deshagan por completo, manteniéndolas para ello en una especie de coma inducido.

En tiempos de zozobra preelectoral, todo el mundo ensalza a diestra y a siniestra (sí, también a siniestra) la bajada de impuestos, pese a que -como es sabido- sin ellos sería imposible mantener servicios básicos como residencias, escuelas u hospitales. Yo destaco hoy, sin embargo, el finísimo reguero de caudales públicos que llega a cuentagotas a esas carreteras medio abandonadas, las cuales recorre uno en un amanecer frío de invierno como este. Expulsadas del mercado, ahí siguen pese a todo, desplegándose a través de esas curvas que -ajenas a toda rentabilidad económica- parecen diseñadas tan solo para que dos mirlos desplieguen sobre ellas sus saltitos y un caminante lunático los anote en su cuaderno. Son caminos que, aunque en apariencia no llevan a ninguna parte, te acercan al meollo de lo que de verdad importa: aquello que no tiene precio.

*Escritor

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