Opinión | escenario

Fantasmas

«Hay algunos menos literarios y nada divertidos que suponen la amenaza de un riesgo inminente»

Cuando hablamos de fantasmas, pensamos en una persona muerta que se aparece a las vivas. La primera imagen que nos viene a la cabeza es una sábana flotante que no muestra más signo corporal que un par de ojos; donde deberían estar los pies, asoma una cadena con una gran bola negra al final, pesado lastre que mantiene al fantasma anclado al lugar donde vivió o murió, trágicamente en cualquiera de los casos o en los dos. Y se ve obligado a deambular errantemente, prisionero entre los muros que fueron testigos de su desgracia o de su mal hacer, hasta que alguna intervención humana salde la cuenta que tuviera pendiente en este mundo y lo libere de su penar.

Los fantasmas salen por la noche y asustan a la gente. Esta aparición quimérica ha generado creativos relatos, adaptados sobre todo al formato cinematográfico o de cómic, y ha dado lugar a toda clase de bromas de las que más de uno ha salido descalabrado; el fantasma, naturalmente. A un compañero mío se le ocurrió, para celebrar el carnaval, disfrazar de fantasma al alumnado; total, la ejecución del disfraz no podía ser más fácil: solo hacía falta una sábana blanca para cada uno, proporcionada por la propia familia. El resultado no pudo ser más hilarante, porque como, por no romper la sábana, no habían hecho agujero para los ojos, cuando se incorporaron al pasacalles, todos iban a tientas y dando trompicones. Sin pretenderlo, robaron el protagonismo a los demás disfraces, mucho más trabajados.

Hay fantasmas menos literarios y nada divertidos que suponen la amenaza de un riesgo inminente o del temor a que sobrevenga: el fantasma de la sequía, el del hambre, el de la guerra. Hay también ciudades y pueblos fantasmas, los deshabitados, en los que dicen que se oyen voces y hasta conversaciones de los que allí vivieron. Y por fin, están los otros fantasmas --fantasmones-- que nos encontramos con demasiada frecuencia: los presuntuosos y vanidosos; los que presumen y alardean de lo que son, de lo que poseen, de lo que conocen. Son expansivos; y aunque escuchar las conversaciones ajenas, es de mala educación, como nos caiga alguno cerca, será inevitable que nos enteremos de sus triunfos, porque para ellos, todo lo que se les relaciona, incluida la intensidad de la voz es superlativo. Podemos encontrar estos fantasmas en cualquier parte y a cualquier hora y, la verdad, a veces dan mucho más miedo que los de la sábana y la bola.

*Escritora. Académica

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