Opinión | Al contraataque

Ataque al corazón

El sonido del bombeo cardíaco pone en riesgo un alud de conquistas sociales

No le arriendo la ganancia al cardiólogo de la Moncloa. Algunos miembros del Gobierno han estado arrítmicos con la posibilidad de que en Castilla y León las embarazadas que así lo deseen --por ahora solo mujeres, con permiso del Ministerio de Igualdad-- puedan oír los latidos del corazón de su hijo antes de interrumpir voluntariamente su gestación. A su juicio, el sonido del bombeo cardíaco pone en riesgo un alud de conquistas sociales; al mío, esos pretendidos avances no serán tales cuando se resquebrajan frente a la acelerada sístole y diástole de un embrión.

Hoy, que hasta para operarse de juanetes hay que firmar más papeles que un notario, llama la atención que se busque obtener de forma atropellada un consentimiento desinformado a la hora de tomar una decisión que, literalmente, resulta vital. En esto del aborto, la definición de libertad contenida en el diccionario «sanchista» es la facultad natural que se tiene para obrar de manera coincidente con la ideología del Gobierno, de ahí que estemos a un paso de abolir el derecho a no abortar. Definitivamente, el derecho a decidir es exclusivo de los golpistas catalanes. Por lo visto, la mayor amenaza de Occidente es un ecógrafo, motivo por el que Irene Montero quiere cubrir su pantalla con una pegatina que diga «ojos que no ven, corazón que no siente». Quizá el celo gubernamental por perseguir la natalidad tenga su origen en las (malas) compañías comunistas, aún nostálgicas de la política de un hijo por pareja en la China soviética, y de la que soy ferviente defensor desde que descubrí que el hermano de la descojonada secretaria de Estado de Igualdad no era hijo único.

Resulta paradójico que, apelando al progreso, en la protección del no nacido hayamos retrocedido a épocas anteriores a la Antigua Roma, donde se suspendía la ejecución de la pena de muerte de la mujer embarazada hasta el alumbramiento, claro que allí las leyes las redactaba Ulpiano y no quienes hoy se sientan y aposentan en el Consejo de Ministros. Ahora que los hijos son propiedad del Gobierno (al igual que la Fiscalía General del Estado, el Tribunal Constitucional y la llave de las celdas de los violadores) más le valdría incitarles a fomentar la natalidad, no vaya a ser que no haya recaudación suficiente para subvencionar la última película de Eduardo Casanova, director de prestigio mundialmente desconocido, y autor de la frase: «la maternidad es un acto completamente egoísta» que, aplicada a su nacimiento, suscribo de principio a fin.

En el intento de silenciar la palpitación de un pequeño corazón subyace ese pueril anhelo de que no exista lo que no se nombra, y al que en algún momento todos hemos aspirado. Sin ir más lejos la semana pasada, cuando mis viejos mocasines pedían un cambio de suela, le pregunté a mi mujer por una persona que fabrica, repara o vende zapatos.

*Abogado

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