Opinión | sin fronteras

El ‘Pelotero’ de Arquillos

Allí, en esa villa aceitunera de la provincia de Jaén, cuando media enero, se rinde culto a Antonio Abad, su santo patrón

Camino esta mañana del mes de enero por la ciudad de Madrid. Lo hago a buen paso, pues el frío aprieta. Recorro el Paseo del Prado desde la fuente de Cibeles a la de Neptuno, de la estatua que representa a la diosa de la madre Tierra a aquella otra que, tridente en mano, fue esculpida en honor al hermano de Júpiter y de Plutón. Mi mente, mientras tanto, pasea por otro sitio. A veces la distancia nos ayuda a enfocar aquello que, cuando lo tenemos más cerca, apenas percibimos. Aquí, a un tiro de piedra del Museo del Prado, me acerco desde la memoria a un trozo pequeño de mi añorada Andalucía. Se trata de Arquillos, villa aceitunera ubicada en los aledaños de Sierra Morena, en la provincia de Jaén. Allí, cuando media enero, se rinde culto a Antonio Abad, su santo patrón; esta celebración altera el monótono discurrir de la vida de este pueblo que, como aldea, fuera dada a Baeza en época del Rey Sabio. Más tarde, ya en la centuria ilustrada, acogió a numerosos colonos alemanes, suizos y flamencos, junto a otros de procedencia navarra o valenciana, en el proceso de repoblación que, a instancias de Carlos III, gestionara Pablo de Olavide.

En la víspera de esta fiesta, en la iglesia del pueblo, se rememora una vieja tradición. El alcalde, postrado ante los pies del «abuelete», renueva el voto de ayuno y abstinencia que esta población carolina realizara al santo eremita en 1768, con el propósito de que la librara de la epidemia de peste que asolaba a otras localidades de la comarca. Durante las fiestas, en medio del fervor popular, la hermandad de San Antón saca al santo en procesión entre el ruido alegre de los cohetes, tumulto que aprovecha el ‘Pelotero’, una especie de botarga vestida de demonio, para correr, danzar y perseguir a la gente por las calles. Sus orígenes nos son desconocidos. Mitad hombre, mitad demonio, sin su presencia esta celebración no sería la misma. Armado con su látigo, de cuyo extremo pende una alpargata, golpea a cuantos se cruzan en su camino. La gente deposita su dinero en el suelo con el fin de que la botarga corra y azote a las demás personas.

Este personaje simboliza en el saber popular al demonio que tentó al santo ermitaño durante los largos años en los que transcurrió su vida retirada. Su tarea durante la procesión consiste en tentar al patrón a través de los personajes allí presentes, aunque los cohetes ayuden a ahuyentar a tan singular diablo. Otra de sus funciones es la de servir de divertimento a los niños, sobre todo cuando intenta evitar que éstos recojan el dinero que los mayores les lanzan al suelo. Durante el recorrido de la procesión el ‘Pelotero’ puede comer y beber en cuantos lugares se le antojen, y todos los años acaba recibiendo una zambullida en la pileta de la plaza mayor. Por la noche el fuego es el protagonista con el que se honra al patrono. En medio de las hogueras purificadoras, tan usuales en los diferentes rituales del solsticio de invierno, el ‘Pelotero’ baila y salta entre las ascuas, mientras se lanzan fuegos de artificio que asombran a propios y extraños. La salida de este diablillo fustigador se repite en otras zonas de la península; su presencia es mayor en invierno y en primavera. Algunas de estas fiestas podrían entroncarse con las de la antigua Roma, aunque también poseen un significado de carácter pastoril y ganadero.

Parece que la celebración con que la Iglesia sustituyó a la purificadora Lupercalia fue la de la Purificación de la Virgen. En esta fiesta cristiana tiene lugar una procesión con velas y candelas. La fiesta que protagoniza el diablillo de Arquillos presenta un paralelismo con las botargas de Montarrón y de otras zonas de Guadalajara. Estos diablillos, vestidos de llamativos colores, portan un palo del que pende una vejiga hinchada con la que se golpea a los niños. Asimismo, la función de enmascarase estuvo también vinculada a los miembros de una misma familia (como sucede en Arquillos) pudiéndose emparentar a estas botargas con otras mascaradas que piden para las ánimas en Andalucía. También guarda el ‘Pelotero’ gran semejanza con las mojigangas fustigadoras que en fecha fija, por san Antón, se celebran en Galicia, Baleares o Cataluña para expulsar los espíritus malignos que rondan por la comunidad. Algo muy usual en el Viejo Continente, a juzgar por los vestigios que aún persisten en nuestros pueblos. A esta expulsión pública y periódica le precede o le sigue un periodo de libertinaje en el que se emplea a un ser divino o a algún animal como víctimas expiatorias. En el caso que nos ocupa este sería el ‘Pelotero’, a quien hay que ahuyentar para que no transfiera sus males a la comunidad; males que son expulsados para el resto del año cuando el alcalde expresa su voto público, así como durante el ritual que el demonio despliega a fin de concentrar el mal colectivo en su propia persona, azuzada por petardos y cohetes.

*Catedrático

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