Opinión | ENTRE VISILLOS

Todo pasa, todo queda

Diversos cambios normativos aligeran el comienzo del año a los consumidores

La realidad, siempre cambiante aunque no lo parezca, conlleva un continuo reciclado de hábitos y hasta de mentalidades al que no escapan ni los inmovilistas más recalcitrantes. En otros tiempos, para convencerlos, o simplemente para justificar la necesaria readaptación de costumbres a la que todo quisque ha de someterse, solía decirse que hay que dejarse llevar por los vientos del progreso. Ahora, aterrados como estamos ante las amenazas del cambio climático, no se habla de vientos ni en metáfora. Y el progreso es una palabra antigua que ha envejecido mal; quizá porque remite a un futuro que, al ritmo enloquecido de las nuevas tecnologías, se nos queda obsoleto antes de imaginarlo. Pero, hoy como ayer, todo pasa y todo queda, que escribió Antonio Machado. Y, como decía Heráclito, otro clásico, nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, porque nuevas aguas corren siempre sobre ti. Aunque nada más lejos de mi intención que ponerme estupenda para hablar de cambios. Rara vez estos se dan, al menos de golpe, en los grandes asuntos que mueven el mundo. Más bien en las pequeñas cosas. Llegan para parchear circunstancias sobrevenidas y la solución provisional acaba por quedarse para siempre. Bueno, decir para siempre es mucho decir, dejémoslo en que se queda hasta el giro siguiente.

Ha ocurrido con el teletrabajo, impuesto para que la vida laboral no se detuviera cuando en marzo del 2020 la pandemia nos encerró en casa. Pero, demostradas sus ventajas -y sus inconvenientes-, lejos de remitir tras el confinamiento la práctica va calando como medio de ahorrar costes a las empresas y, al menos en teoría, favorecer la conciliación familiar de los trabajadores. Otro tema es que haya mucho que pulir en los horarios del trabajo a distancia, dada su complicada cuantificación, y en el derecho a desconectarse al cumplir la jornada que asiste al teleempleado, que ha de serlo, según los sindicatos, de forma voluntaria y reversible. Pero todo se andará en cuanto la reciente rutina quede regulada en los convenios.

Y si de regulación se trata, 2023 ha empezado con nuevas normas que, sin ser nada trascendentes, afectan a los usos en materia de consumo, que es como decir que nos afectan a todos. Algunas se venían ejerciendo, pero lo que era de hecho ya es de derecho. Así ocurre desde el 1 de enero con la Ley contra el Desperdicio Alimentario, que obliga a bares y restaurantes a ofrecer las sobras para llevar. Antes también podía llevárselas el cliente, pero para ello tenía que reclamárselas al camarero. Y no sin cierta vergüenza -como al pedir agua del grifo en lugar de la mineral-, por el riesgo de ser considerado un rata o, aún peor, un muerto de hambre. Ahora la comida sobrante -que será poca, porque el establecimiento queda obligado a desaconsejar que se pida más de la cuenta- te la darán de oficio. Pero eso sí, añadiendo a la factura entre 20 y 25 céntimos por cada envase. Y, a propósito de envases, hay otra curiosa novedad: acaba de entrar en vigor el real decreto de Envases y Residuos que, aplicado a los supermercados, permitirá al cliente acudir a por fiambre, carne o pescado con su propio táper -antes llamado fiambrera, como recordaba María Olmo en una necesaria lección de urgencia para jovencitos-. Se trata de reducir la circulación de plásticos, pero mientras ayuda a hacer un planeta más ecológico, la medida beneficiará de paso al maltrecho bolsillo del consumidor, junto a la bajada del IVA en algunos alimentos de primera necesidad, muy pocos. A este paso, cualquier día nos vuelven a pagar los cascos devueltos, que naturalmente llevaremos en la chivata, aquella bolsa transparente que paseaban por el mercado nuestras abuelas. Todo pasa y todo queda.

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