Opinión | NO ME DIGAS...

Frío en el Vaticano

Ocho menos cuarto de la mañana. La plaza de San Pedro, en el Vaticano, está sublime. Niebla, luces encendidas que lanzan resplandores amarillentos a través de la bruma, la multitud que va llenando con lentitud de vía crucis los espacios perfectamente alineados entre las columnatas de Bernini. Monaguillos y órdenes menores y mayores con sus hábitos talares sobre camisetas térmicas y calzoncillos largos para contrarrestar la humedad y el frío. Todo extremadamente vistoso, incontestablemente bello. Se siente, en la distancia que acerca la televisión, la pelona que está cayendo sobre la Ciudad Eterna. Las imágenes del funeral se intercalan con otras del cadáver del papa auténtico expuesto en el interior de la basílica. Un cadáver acartonado, irreconocible en sus ropajes, y de gentes que desfilan para decir que ellos estuvieron allí, foto de móvil mediante. Nunca he entendido la falta de pudor al mostrar un cadáver o por querer ver un cadáver. Pelé, Lenin, Mao, Franco, Maradona, toreros, famosos tiesos como la mojama y maquillados como putas, expuestos ante la mirada de millones de gentes desorientadas buscando en esas carcasas vacías y frías, de cera, feas, un no sé qué. Niebla sobre el Vaticano, sobre edificios de una estética física, y una antiética moral que el cine ha sabido aprovechar siempre con películas que van desde la más rendida religiosidad hasta el aprovechamiento más soez de la moda ocasional que imponen las películas de misterio, policíacas, o de trama pseudohistórica. Tanto dan los Illuminati, templarios, tramas del Opus y mafias financieras o puristas, que Anthony Quinn como el papa Lakota, o, incluso -el último que acabo de ver, ayer- un fugaz Franco Nero en la adaptación de ‘La piel del tambor’ de Pérez-Reverte. Y dos series ‘ad hoc’ que recomienda Pedro Avilés, el mayor referente de aquel periódico ‘El Caso’ y de las crónicas negras de ‘Interviú’. Nada más cinematográfico que esa institución que, según la profecía, nunca caerá. Tan de cine que, frente los tiritones del papa Francisco, juraría haber visto a sor Citroën, entre varias monjas con sombra de bigote y espesas cejas. Con la Salvación en la mirada.

* Escritor @ADiazVillasenor 

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