Opinión | Historia en el tiempo

Stalingrado y la Rusia de Putin

Los historiadores se afanaron por asentar la verdad del nacimiento del nuevo mundo civilizador

Ni siquiera una de las fuerzas creadoras más potentes de la civilización occidental -la industria cinematográfica estadounidense- ha venido a invalidar al viejo juicio de Clío y a la tarea laboriosa e incesable de sus más responsabilizados servidores en la reconstrucción fidedigna del pasado. Así lo testimonia, entre otros muchos ejemplos peraltados, la evocación hodierna del capítulo nutricio más importante de nuestra actualidad. Motores esenciales del séptimo arte se accionaron durante largos años para atribuir primordial y decisivamente el triunfo de los aliados a la intervención en la contienda de la gran democracia norteamericana y, de modo muy singular y concreto, a la famosa jornada del 6 de junio de 1944, preludio de la derrota hitleriana. Filmes de impecable realización -espectacularidad y grandiosidad- se pusieron al servicio de dicha empresa con gran audiencia y éxito de público.

Con todo, finalmente, nada, ni medios ni resultados se impusieron a la verdad alumbrada en los despachos y seminarios de los indesmayables pelotones de historiadores afanosos por asentar sobre la verdad el nacimiento del nuevo mundo civilizador, surgido de la rendición de los ejércitos del III Reich y del Imperio del Sol Naciente a comedios de 1945.

Conforme ocurre con gran frecuencia, los sucesos del día devuelven a la controvertida cuestión toda su vigencia y eco. La página más crucial del año pasado -no desprovisto, justamente, de episodios y lances del mayor relieve en la andadura del tiempo presente- la de la guerra de Ucrania, ha reverdecido de manera impactante la trascendencia de la polémica susomentada. No fue en las arenas de las costas de Normandía sino en las tierras esteparias y calcinadas en redor de Stalingrado donde, ciertamente, se ventilaron los destinos del mundo hace ahora ochenta años. En ellas quizás la más importante máquina militar terrestre de la historia, el VI Ejército del general von Paulus y el IV Ejército Panzers, tras una asombrosa resistencia a las iguales o incluso, a las veces, más ardidas y abnegadas tropas eurasiáticas, comandadas de forma insuperable por el modesto mariscal Sukov -aprendiz tenaz de la lengua de Goethe en su juventud-, rindiose a las fuerzas por este lideradas en las primeras horas de febrero de 1943.

Muchas fueron innegablemente las batallas cruciales de la segunda guerra mundial, desde la de Moscú a la del Alamein, desde la de Kursk a la de Okinagua, desde la de las Ardenas a la de Berlín. Empero, a ninguna cabe comparársela con la de Stalingrado. Al modo goyesco «los desastres de la guerra» se registraron en ella en todas y cada una de sus dimensiones más crudas y destacadas, con terroríficos episodios de sacrificio físico y anímico y excruciantes lances de miseria física y moral, al tiempo que de admirable fidelidad a los valores identitarios de los grandes pueblos contendientes. En la disputa sobrecogedora de ideologías y patriotismo la extremosidad en el cumplimiento de sus respectivos códigos castrenses se descubrió como regla invariable.

*Catedrático

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