Opinión | Hoy

La noche de luz

Es el regalo que cada año nos hacen los niños que nos rodean, estos pequeños reyes y reinas que nos llevan a su lado y que nos invitan día a día a la ternura y a la inocencia, y a volar al mundo perdido de nuestra infancia, la real y, sobre todo, la otra, la que ahora tantas veces soñamos y añoramos. El flautista de Hamelín regresa para devolvernos por una noche a nuestros pequeños, y con éstos nos convertimos en niños y creemos en los juguetes y en los cuentos, en que un muñeco puede ser nuestro hijo y un caballo nos eleva a héroes. Pero siempre la añoranza de aquellos otros juguetes, los que tuvimos en nuestras manos y sobre todo los que tuvimos en nuestros deseos más íntimos y maravillosos. No nos perdamos esta noche de luz y démonos la oportunidad de tirarnos al suelo para jugar a ese mundo de buenos y malos donde siempre ganan los buenos. Ya sé que ahora los juegos son distintos; ya sé que escribo desde mi infancia que nunca fue porque solo la soñaba; que ahora la mayoría de los juguetes sólo sirven para jugar ellos consigo mismos y los niños verlos jugar. El robot que habla, la pantalla del videojuego que puede matar a todo bicho viviente, el dinosaurio que ruge y abre y cierra esa boca de piezas dentarias que son la envidia de tanta dentadura postiza. El flautista de Hamelín sí que se llevó para siempre al país de nunca jamás las canicas, el trompo, los indios y el sétimo de caballería de goma, los fuertes apaches, los tacos de la arquitectura, amarillos, verdes, rojos, azules, la locomotora de hojalata, la pepona y los juegos reunidos. Ahora todos somos iguales en los sexos y en el mando de la videoconsola, con esos juegos en los que no nos podemos descalabrar, ni se nos desuellan las rodillas, ni nos rompemos la crisma de una pedrada. Ahora los Reyes Magos no son reyes magos, porque conocemos de sobra el artificio. Ahora el mundo de la infancia es un planeta lejano que el principito nunca conseguirá alcanzar. Pero por encima de este tiempo vacío, de silencio, sin infancia y sin inocencia, persiste ese regalo de la noche de Reyes, a pesar de que todo está muy planificado para consumir banalidad, porque siempre habrá niños que nunca dejarán que los convirtamos en robots, y se esconderán a jugar en el rincón secreto de su fantasía.

* Escritor

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