Opinión | A PIE DE TIERRA

Agua para la Córdoba histórica (II)

Los romanos hacían sus captaciones en lugares altos a fin de que fluyeran a través de los acueductos

Los romanos eligieron siempre las mejores aguas, a ser posible orientadas al Norte y con caudal asegurado durante todo el año. Hacían sus captaciones en lugares altos a fin de garantizar la pendiente suficiente para que fluyeran por gravedad a través de los acueductos, sin que importaran las condiciones topográficas ni la distancia -sus ingenieros demostraron siempre una altísima capacidad técnica al respecto-. En ellos, el agua discurría de forma constante hasta desembocar en el depósito central (’castellum aquae’), desde donde era redistribuida mediante tuberías de plomo a termas, fuentes públicas y casas privadas. Dada, por cierto, la complejidad de las instalaciones que se requerían, de su mantenimiento y de la regulación de los respectivos flujos, disponer de abastecimiento doméstico propio debió ser un lujo al alcance solo unos pocos. Desde una perspectiva actual sorprende que el uso del plomo no provocara un envenenamiento masivo, pero la cal del agua recubría pronto la superficie interior de las tuberías (’fistulae plumbae’) y evitaba su contacto directo con el metal, aunque también exigía frecuentes reparaciones; y, como fluía de manera ininterrumpida, no llegaba a contaminarse. La que no se consumía (’aqua caduca’) era derivada al sistema de alcantarillado, donde ayudaba a arrastrar las materias fecales y los residuos, cerrando el ciclo.

Cuando empezó a erigirse el teatro, en torno al año 15 a.C., las zanjas para sus cimientos cortaron varias tuberías de plomo para el abastecimiento público de agua pertenecientes a una red de distribución anterior de la que no se tienen más noticias. Se hallaba ya al frente del Imperio Octavio Augusto, y es bajo su hégira cuando la nueva ‘Colonia Patricia’ decide convertirse en émula de Roma, inicia la monumentalización de sus nuevos espacios urbanos, renueva la red de calles y cloacas y construye el primer acueducto del que nos ha dejado testimonio la epigrafía: el ‘Aqua Augusta’ (después ‘Aqua Vetus Augusta’), que hoy conocemos como de Valdepuentes, tras haber sido readaptado y puesto otra vez en uso siglos más tarde por los califas. Su construcción original ha sido atribuida a Agrippa, posible refundador de la ciudad en 19 a.C. tras las Guerras Cántabras, que dispondría de recursos económicos, personal especializado legionario (no olvidemos el papel determinante que el ejército romano desempeñó en todos los aspectos relacionados con la ingeniería) y experiencia previa al frente de la ‘cura aquarum’ de la propia Roma; si bien la titularidad la asumiría el propio Augusto.

La captación principal (’caput aquae’) de este acueducto -una presa de hormigón (’opus caementicium’) de 18 m de longitud por 3,5 de altura- ha sido identificada en el llamado «Primer Venero del Bejarano», manantial que destaca por la calidad de sus aguas, caudal y regularidad. Sería reforzada con otra secundaria que arrancaba del Venero de Vallehermoso, con ‘caput aquae’ excavado en la roca.

El ‘Aqua Augusta’ -que entró en la ciudad por la ‘Porta Praetoria’, hoy de Osario, junto a la que se descubrieron hace algunos años los soportes de una arquería (’arquatio’) monumental, difícil de imaginar en el paisaje actual de la ciudad, pero que debió darle al sector septentrional extramuros un perfil muy ‘romano’- transportó a la colonia entre 20.000 y 35.000 m3 de agua al día tras un recorrido mayoritariamente subterráneo de 18,6 km en el que se ayudó de 34 pozos de resalto o ‘spiramina’ que remansaban la corriente y permitían reorientar el trazado del canal (’specus’), adaptándolo mejor al terreno. Este último, con 90 cm de luz por 64 de anchura, fue construido también en ‘opus caementicium’, con paredes de 35-40 cm. Un fragmento del mismo se encuentra musealizado en una rotonda de la zona del Tablero. De este acueducto se nutrirían en época de Tiberio el conjunto de fuentes públicas costeadas por el duoviro ‘Lucius Cornelius’, de las que han aparecido varios coronamientos epigráficos.

Entre los diversos sectores documentados del ‘Aqua Vetus’ destaca el excavado en la Huerta de Santa Isabel, con hasta 12 pozos de registro abiertos en la bóveda a distancias regulares que se adaptan al módulo romano del ‘actus’ (35 m). Tales pozos podían ser simplemente de acceso, de decantación, de ruptura de pendiente o de cambio de dirección; y se diferencian en la forma de sus bocas, cuadrangular o circular. En esta misma zona de la ciudad se ha comprobado que el trazado del acueducto marca un importante quiebro -en nada favorable al correcto discurrir del agua en su interior-, atribuido a la necesidad de esquivar un posible bosque sagrado (’lucus’), ya que no se han detectado estructuras murarias, edificaciones de cualquier tipo, necrópolis o accidentes geográficos que pudieran haber motivado el giro; y no cabe pensar en servidumbres de paso ni nada por el estilo, por cuanto sobre ellas primaría el derecho de la ciudad y se podrían haber expropiado. Finalmente, también se han comprobado importantes deformaciones en el canal provocadas por un fuerte terremoto que habría tenido lugar a mediados del siglo III d.C., y que estaría en la base de su posterior abandono.

*Catedrático de Arqueología de la UCO

Suscríbete para seguir leyendo