Opinión | SIN FRONTERAS

Fiesta de los verdiales

Antaño los aldeanos aprovechaban la fiesta para estrechar relaciones

A Francisco Orta, in memoriam

Un año más durante el solsticio de invierno los ‘Inocentes’ malagueños toman de nuevo la calle. Las diferentes ‘parrandas de tontos’, al estilo de los verdiales, recorrerán ventas y cortijos de la Axarquía, Valle del Guadalhorce, Los Montes y otras zonas próximas a Málaga capital. Se esforzarán con denuedo en demostrar quién canta con más alegría fandangos improvisados o sones de la tierra, que con sus letras de amor contrastan con la religiosidad ancestral de estos hombres. Esta tradición cuenta ya en su nómina con cantaores de la talla de ‘el Cojo de Málaga’, Cayetano Muriel (’el Niño de Cabra’) o Manuel Centeno, entre otros. Son verdiales de Almugía, de Cártama, de Los Montes, de Puerto de la Torre y de Comares, en los que es el toque, más que el baile, el que establece las diferencias zonales. En los primeros pueblos citados el toque es mucho más rápido, mientras que los últimos destacan por el punteo de la guitarra; el más bravío de todos pertenece al partido de Los Montes. Guardan semejanzas, pero cada uno conserva su esencia.

Antaño los aldeanos aprovechaban la fiesta para estrechar relaciones, recorriendo la comarca mientras llevaban el festejo a cada cortijo o venta. La celebración comenzaba temprano y duraba hasta la puesta de sol. Desde la bahía, se accedía a través de la cuesta de los pescadores. Los días que van de la Navidad hasta la fiesta de los Inocentes, las pandas, anunciadas por ‘el Caracola’, acudían con violines, guitarras, panderos o palillos y, en ocasiones, con laúd, bandurria, y almirez, para entonar fandangos de baile poco evolucionados en su textura: auténticos arquetipos que preservan el sonido añejo propio de otra época, con cierto aire morisco. El alcalde es quien los manda: da la salida al violín, al cantaor y al baile, ordena la parada... Las pandas de la costa portan la bandera con la Virgen del Carmen; las de Los Montes, la de los Dolores. Durante todo el día, sus componentes, con su alcalde al frente (el cual lleva la vara forrada de cintas multicolores) y el mayordomo, solían recoger antaño dádivas y regalos que aplicaban al culto religioso. En Los Montes aún perdura la costumbre de pagar a alguien para que cante o baile; si se opone, habrá que subir la puja. Hace más de medio siglo el Ayuntamiento, que fomenta la celebración como signo de identidad cultural, trasladó esta a la Venta del Túnel, en la antigua carretera a Casarabonela, en la entrada de Málaga por las Pedrizas, aunque desde hace años rivalizan con ella otras de la zona, como las del Puerto de la Torre o la de San Cayetano.

Son muchos lo que no se resignan ver su fiesta fuera del marco tradicional; de ahí que continúen yendo la noche de Inocentes, así como la de Nochebuena y la de Navidad, hasta la del Túnel. Esos días las pandas de inocentes, tontos o catetos, con orgullo de pertenencia y ataviadas con su traje tradicional (chaleco oscuro, pantalón a tono, camisa blanca, zapatos negros y un vistoso sombrero con flores, espejos, conchas, cadenas, campanas y piedras de colores, del que cuelgan coloridas cintas de antiguas aventuras sentimentales), rivalizan entre ellas de forma singular, marcando el ritmo y la melodía, aunque cada una con un estilo diferente. Mientras corre el vino dulce de la tierra, el lomo de orza, el chorizo, el queso o las patatas a lo pobre. El pandero asume en las pandas de Los Montes todo el protagonismo, en una magistral combinación de toques secos y suaves, mientras que los demás grupos integran sus sones en el compás general del fandango, cuyas formas más populares se apuntan, con ciertas variantes. Cada copla se estructura en cuatro estrofas de seis versos y, a veces, la cuarteta se agranda con otro verso, convirtiéndola en quintilla, acompañándose su canto al ritmo que exige el baile, con el compás ternario del fandango. La danza se puede ejecutar acompañada de la bandera, y si el que baila es varón, al hacer sus contorsiones recibe el nombre de ‘tonto’ o ‘inocente’; también se danza por parejas, pasándose sus componentes uno a otro la enseña que los representa. Sería importante que la fiesta no se despojara de algunos de sus aspectos más singulares, como la rifa y la puja, de gran importancia en los bailes de la comarca. Tampoco de aquello que une a los tontos con esos grupos que durante el medioevo celebraban el solsticio invernal con humor, y que alcanzaban su máxima expresión el día de los Inocentes, cuando los niños del coro de las catedrales elegían al obispillo. Subían hasta aquel con sus compañeros (que hacían de canónigos), mientras rezaban jocosamente y cometían toda suerte de tropelías. Actos que perduraron hasta el siglo XVII.

Una fiesta que, como expresión cultural de aquella tierra malagueña, a Paco tantos recuerdos le traían. Al alborear el año, se cumplirá un año de su partida. Deseo que estas palabras sirvan de evocación a su persona entrañable.

* Catedrático

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