Opinión | DAME FUEGO

Tu pipí mata

Si reconocemos los derechos de los seres «sintientes», así catalogados por los gobernantes de turno, ¿acaso no hemos de exigirles, por justicia, toda la serie de obligaciones, de urbanidades, y penalizar como es debido sus negligencias y excesos? Un sector de estos seres sintientes, de cuatro patas y muy poca vergüenza, ha dinamitado, a fuerza de pis e impunidad, las bases de muchas farolas urbanas cuyas estructuras vibran peligrosamente sobre nuestras cabezas y coches. Una de ellas, como era previsible, se derrumbó sobre un automóvil el pasado lunes doce de diciembre, gracias al empujoncito de las fuertes rachas de viento que aquel día azotaban la capital cordobesa. Ello tuvo lugar en la Avenida de Barcelona. Por fortuna, la víctima, un coche de marca y edad no identificadas, se encontraba sola, quizir, sin nadie en su interior, en el momento de la desgracia. Dicho esto podemos escudarnos en dos atenuantes: feroz ventolera y proximidad del factor martes trece, pero nadie con nariz negará la pestilente evidencia que remataba el fatal desgarro, huella delatora del temible, corrosivo pipí.

Ante la gravedad de los hechos me gustaría proponer, nada seriamente pero de manera muy, pero que muy sarcástica, la implantación a nivel nacional de otra de esas campañas «de concienciación» (que todo ser humano se pasa por el forro) enfocada al sector cuadrúpedo más incontinente y meadizo, a los perros y las perras de toda la vida. Se me ocurre un primer eslogan para abrir la causa de manera impactante: «Da ejemplo como perra, no como guarra».

El ser sintiente de cuatro patas ha de entender que eso está feo y mal, que no se mea así porque así, que una meada en el sitio equivocado puede provocar muertes y desgracias materiales. ¿Y quién pagará entonces los desperfectos? No me imagino a ningún dueño, perdón, a ningún «responsable civil» de un cuadrúpedo sintiente abonando el importe de la multa o la indemnización derivada. Hay que adaptar nuestra Constitución, nuestras leyes a las capacidades destructivas de unas mascotas que hasta la fecha solo reciben derechos, mimos y carantoñas. No, amigo. Aquí el que la mea la paga. Ya está bien de escurrir el bulto, de pasar la pelota a los due..., responsables, de culpar al género humano a costa de las imprudencias de una especie que ha demostrado de sobra su inteligencia y sensibilidad, aunque en esta ocasión haya ofrecido muestras de una dejadez y una guarrería sin precedentes. Ahí va otro eslogan: «mea limpio, es tu responsabilidad».

Sentido común, ante todo; quizás algún día tengamos a un perro en la Presidencia, ¿y entonces?

 ** Escritor

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