Opinión | TORMENTA DE VERANO

Lo importante

Necesitamos recuperar la amplitud de miras, el análisis y la mesura, el sosiego personal y social

Entre subidas de los intereses de préstamos que mantienen muchas economías domésticas, el incremento del IPC y la carestía de la vida, las guerras en curso que seguimos en directo cuyas víctimas y tragedias a todos nos salpican y conmueven, la superpoblación mundial que nos exige nuevas respuestas, la efervescencia de las crispaciones políticas, las crisis energéticas que nos empobrecen, los destrozos por el abuso del medio ambiente... En este momento de las grandes decisiones, de las comparecencias institucionales, de los desafíos económicos y sociales, de los retos políticos, de las incertidumbres que nos acompañan en esta hora de la historia, cuando parece que se tambalean muchas cosas y todos los panoramas, cercanos y lejanos, europeos y mundiales se tornan preocupantes, cuando los grandes escenarios nos sobrepasan y agobian, el denominador común es que necesitamos aminorar todos esos ruidos exteriores y encontrar mayores dosis internas de equilibrio, esperanza y ternura.

Equilibrio para mirar la vida y las situaciones complicadas con «luces largas», para no buscar atajos cortoplacistas, para no justificar los fines con cualquier medio, para no dejar a nadie en la estacada. Equilibrio que pasa por denunciar las incoherencias personales y externas entre lo que se piensa, se dice, se siente y se hace, y reconocer la parte de razón que los demás puedan tener. Conscientes de que cambiarán los ciclos de la economía, vendrán otros modelos de gobierno, se modificarán las tendencias demográficas y los modos de vida. Todo cambia y avanza inexorablemente. A una velocidad tremenda que no podemos parar, por mucho que defendamos nuestra posición de confort y zona de seguridad. Aunque nos parezca que lo pasado fue mejor, no vuelve.

Necesitamos esperanza en estos momentos de ansiolíticos y depresiones, cuando nos volvemos incrédulos y relativistas de casi todo. Y para ambas cosas, debemos «bajar el balón», «echar al suelo los problemas». Necesitamos recuperar la amplitud de miras, el análisis y la mesura, el sosiego personal y social. Y volvernos hacia las cosas más auténticas ante tanta impostura que nos rodea. Recuperar los valores más importantes ante tanto escenario de confusión y confrontación. Y vivir con referentes más reales ante tanta virtualidad. Esta Navidad no llega como un reclamo publicitario ni de ventas, ni como una costumbre más que jalona el calendario de festividades anuales, sino como referente para recobrar la esperanza en el futuro, para valorar nuestras familias, para apreciar lo que tenemos, para volvernos hacia el interior de nosotros mismos, para saborear todos los dones que la vida nos regala. Esta Navidad, en medio de tantos ruidos, nos invita para que apostemos por el triunfo de lo sencillo, de la ternura, de lo auténtico, de lo que no pasa nunca, como un valor seguro no sujeto a oscilaciones de mercado ni a la compostura oportunista. Es el día, no para mirar las grandes cifras ni las estadísticas ni los discursos, sino para mirarnos a nosotros mismos a los ojos, en casa, a los vecinos, a la familia, a los compañeros de cada día en el trabajo, a los amigos, para dedicarnos unas palabras de cariño y de ánimo, para empatizar con quienes lo tienen más complicado. Es el momento de soslayar las diferencias, de acallar los gritos, de orillar las verdades absolutas. De sentirnos lo que somos, pequeños y débiles, necesitados los unos de los otros. De reconocer lo mejor en cada persona que se acerca a nuestra historia. Por ello, desde donde estés y en la situación que estés, sea cuales sean tus legítimas expectativas, ideologías o creencias, desde el aprecio y reconocimiento, desde el respeto, la escucha y la cordialidad ¡Felices Navidades!

** Abogado y mediador

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