Opinión | ENTRE VISILLOS

Segundas oportunidades

Son necesarias para todo, pero en las compras se están haciendo imprescindibles

Tenía que llegar y lo ha hecho; después que en otros muchos sitios pero aquí está, probablemente para quedarse. El consumo más responsable y barato ha quedado implantado en Córdoba, aunque se deba a lo segundo más que a lo primero. La moda obedece a eso que llaman economía circular, que consiste en volver la vista a aquella ley no escrita del aprovechamiento que regía la vida de nuestras abuelas. Con cierta timidez al principio, luego en abundancia, la ciudad se ha ido llenando de tiendas de segunda mano que lo mismo venden muebles reciclados u objetos decorativos procedentes de otros dueños que ropa usada, el principal atractivo de estos nuevos negocios de lo viejo. Las razones de su éxito creciente son variadas, pero destaca entre ellas una contundente: la necesidad. El debate abierto de la sostenibilidad y la cada vez más despierta conciencia ecológica han venido a unirse al azote de la inflación. Un mal que ya dura demasiado. Y que hunde aún más a la clase media exprimida por la larga crisis desatada en el 2008, a la vez que agranda la brecha social entre ricos y pobres. Más de 35.000 personas se han visto obligadas este año a acudir a Cáritas para satisfacer sus necesidades básicas, según lamentaba el obispo de la diócesis hace unos días. Y ese dato, que debería remover las entrañas de cualquiera, da que pensar en estas fechas prenavideñas de compras desbocadas; aunque la verdad es que cada vez menos, no por falta de ganas sino del dinero que cuesta afrontarlas.

Con este panorama, no es de extrañar cómo están cambiando las costumbres. Antes se acudía todo lo más a librerías de ocasión, bien en busca de primeras ediciones o de chollos, o a exquisitos almacenes de antigüedades; ahora el público se mueve a sus anchas curioseando en las tiendas ‘vintage’, modo esnob con que se alude al mercado de las segundas o quintas oportunidades para disimular lo que son. Cuentan estas tiendas con una clientela heterogénea: gente joven y sin complejos, dispuesta a su vez a deshacerse de todo lo que le sobra a través de páginas webs especializadas, y también señores y señoras a la caza de marcas de lujo muy rebajadas o artículos de buen ver a precios de saldo, o incluso irrisorios. Estos últimos clientes, sobre todo ellas, suelen ser los mismos que hubieran jurado no traspasar jamás la puerta de un local de este tipo y ponían cara de asco ante semejante posibilidad. En la mayoría de los casos no por estar sobrados de posibles sino por apuro ante el qué dirán y miedo a que se los creyera más necesitados de lo que estaban. Bueno, por eso y por ignorancia; por estar poco viajados y desconocer que en países como Inglaterra estos establecimientos de segunda mano, las ‘charity shop’, forman parte de su forma de ser y estar en el mundo. Por ellos viene pasando desde su creación en el siglo XIX --cuando el Ejército de Salvación quiso proporcionar ropa barata a los más humildes de las grandes ciudades-- pobres y ricos de la sociedad británica, donde hasta la aristocracia se prueba encantada lo que otros se pusieron primero.

Pero hay otra cuestión añadida, y es que empieza a madurar en la mentalidad colectiva, por ética y estética, el rechazo a la cultura del usar y tirar. Se habla ya de que tiene los días contados la obsolescencia programada, que en los años de vacas gordas nos hizo adquirir electrodomésticos, móviles y demás enseres con fecha de caducidad fija. Según los entendidos, esta práctica industrial ha permitido aumentar las ventas y, por tanto, impulsar la economía y el desarrollo de la investigación en I+D+i; pero la sobreexplotación de los recursos que ha provocado y los residuos que genera la hacen insostenible. No está la vida para derroches, ni siquiera en Navidad.

Suscríbete para seguir leyendo