Opinión | LA RAZÓN MANDA

Sobre ruedas

Las palabras, en el idioma de Castilla, ofrecen más significados contrapuestos que en otras lenguas

Las palabras, «soplos de aire estremecido», ofrecen en el idioma de Castilla, más que en las otras lenguas románicas, numerosos significados contrapuestos.

Valgan algunos ejemplos. El término álgido, igual se emplea para lo muy frío como para lo extremadamente cálido. La cola es rabo de animal, pegamento y temor a que la realidad traiga cola; o sea, consecuencias desagradables. Maquillar lo mismo vale como artificio para el resalte de la belleza rescatada que como argucia contable para camuflar la corrupción o el chalaneo. El joven Ortega y Gasset pensaba que el aumentativo pelón, en buena gramática debería usarse para designar a las gentes con grandes melenas, con mucho pelo, pero dicho adjetivo lo empleamos en la descripción de las cabezas tan mondas y lirondas como las bolas de billar

También hay en castellano vocablos que van más allá de los significados contrapuestos, gozando de una amplísima polisemia. La mejor corroboración la encontramos en la palabra luna que nombra al satélite de nuestro planeta. Idénticamente, lo hace con el cristal grueso que, azogado, sirve para fabricar espejos y, sin aditamentos, es ventanal, escaparate, parabrisas... Las protestas inútiles y los enojos clamorosos, son como ladridos a la luna. A quien pasa por la vida sin enterarse de nada lo afincamos en el satélite cuya visión mengua o crece a diario. Pedir algo imposible es lo mismo que demandar que nos den la luna. Al tiempo más dulce y romántico del viaje de boda lo conocemos como luna de miel. El astro que origina las mareas, también se utiliza para explicar las situaciones desagradables en las que se encuentran --a la luna de Valencia-- quienes han visto incumplidos los deseos o malgastados sus caudales.

Efectivamente, como acabamos de ver, la luna igual sirve para un roto que para un descosido y, en los cantares, líricamente transformada, se hace luna, lunera, cascabelera, o pozo chico del zorongo gitano, o amor imposible de los toros bravos que, en las noches de verano, abandonan la manada para requebrarla con sus mugidos.

Bueno, a estas alturas, todavía no hemos descubierto la razón del título que le pusimos al presente escrito. Confesaremos a nuestros lectores amigos, que la pequeña ocurrencia se originó viendo al papa Francisco transitar por el Vaticano sobre ruedas y recordar, al mismo tiempo, que la lengua cervantina, como corroboramos con algunos ejemplos, es muy rica en fraseología de significados plurales e inclusive contradictorios.

Ciertamente, la expresión «sobre ruedas» contiene ideas contrapuestas y ambivalentes, igual que otras muchas palabras y frases de nuestro idioma principal, ya que lo mismo vale para establecer que todo marcha bien, a plena satisfacción, que para referir la manera que tienen de desplazarse, en silloncitos cada vez más sofisticados, las personas impedidas o las que son, como decía la Duquesa de Alba, más antiguas que la tos.

Entre estas últimas se encuentran amigos y conocidos de nuestra época, de nuestra quinta que, como el actual pontífice, van sobre ruedas porque la edad y sus achaques son imperativos categóricos que les impiden desenvolverse de otra forma. Para ellos, ahora que se acercan las navidades --tiempo de belenes, cava, iluminaciones extraordinarias, ternuras programadas, almuerzos de empresa y afabilidad--, queremos enviarles este mínimo recuerdo, mientras degustan turrón, tararean villancicos lejanos y agitan la pandereta, actividades para las que no importa permanecer sobre ruedas. Felicidad, y buenos augurios, para todos ellos y, también, para esa mayoría que no necesita para moverse un sillón ortopédico.

* Escritor

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