Opinión | EL ALEGATO

El celuloide machista

El otro día, en una tarde de brasero y cine en casa, siendo mi marido fan de esas películas de los años 50, 60 y 70, me tocó ver una de ‘Cine de Barrio’. Me dediqué a llevar a cabo un ejercicio analítico en modo «censora del Ministerio de Igualdad». A los escasos minutos estaba atónita, escandalizada y con unas ganas enormes de declararme víctima de violencia machista a manos del séptimo arte.

Indagando me he topado con que en 2015 ya se informaba cómo ante las quejas de algunos espectadores por la violencia machista que se observan en algunos títulos de ‘Cine de Barrio’, TVE se vio obligada a responder. Referida respuesta vino dada por el entonces director del programa, Paco Quintanar, que defendió la emisión de películas españolas con contenido machista de los citados años afirmando que «lo que había que hacer era educar en la tolerancia, en la libertad y en la igualdad para acabar de una vez con la lacra de la violencia de género».

‘Cine de Barrio’ sigue emitiéndose desde aquellas primeras denuncias públicas sobre sus contenidos, y es que el elenco interminable de actores españoles que durante esas tres décadas llenaron nuestras pantallas televisivas de momentos alegres, tristes, entrañables, forman parte de la memoria histórica de este país.

No se pueden separar historias de personajes de los actores que les dieron vida, porque dejar a ‘Los Bingueros’ sin Amadeo, Fermín o D. Ramón, por las escenas de acoso visual al escote de Margarita, o las más explícitas a Carola, sería acabar con el propio Pajares, Esteso, Antonio Ozores y con Norma Duval.

No podemos estigmatizar a Mercedes, la abnegada esposa de Carlos, madre de quince vástagos en ‘La Gran Familia’, por estar desempeñando el trabajo que por rol le correspondía. Dejaríamos a Amparo Soler, Alberto Closas y al entrañable padrino, José Luis López Vázquez, sin unos de los papeles más cargados de humanidad de todas sus carreras artísticas.

No puedo censurar lo que muchos vivimos como «normal» y hoy es «absolutamente reprobable» porque la censura implica el olvido y el olvido, reincidencia. Yo pienso seguir buscando a Chencho en Plaza Mayor y tirando petardos con el señorito Críspulo. Me resulta menos cosificador que educar a un infante en la autocomplacencia sexual, lo que están haciendo los libros escolares (sin poner rombos como advertencia).

* Abogada laboralista

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