Opinión | desde la periferia

San Juan de la Cruz para indecisos

Su santidad le vino de aceptar la vida tal y como viene, con humildad, con humor y compasión

A veces me pregunto -y me preguntan también- qué puede aportar al mundo de hoy un personaje que vivió hace más de cuatro siglos, qué puede ofrecer al ser humano presente y futuro y, sobre todo, a los jóvenes de hoy en día, quienes quieren vivir la vida sin memoria o con una pésimamente interpretada, sin pensar tampoco en el futuro porque huyen de cualquier forma de incertidumbre y sin apenas pisar el presente porque éste les parece un asunto en manos de un gigante como Apple que no les permite poner los pies en el suelo ni un solo segundo. A esos jóvenes me dirigiré hoy, día en que celebramos a Juan de la Cruz en el santoral de la Iglesia, en el interior de las aulas de mi centro educativo, pero quiero extenderlo a todas y a todos por si a alguno de mis lectores pudiera resultarle útil y práctico.

No fue Juan de Yepes y Álvarez, que así se llamaba, un niño, un adolescente, un joven muy diferente a los que conforman nuestro panorama social actual, al menos en nuestra cultura occidental. Cierto es que no existían ni los Iphones, ni los Ipads, pero el ser joven tiene de suyo aspectos inamovibles, permanentes, estemos en el tiempo en el que estemos. Y uno de ellos, quitando por supuesto el de la rebeldía -que, dicho sea de paso, echo de menos en nuestros jóvenes-, es el de la indecisión, el no saber que hacer con la vida, ese ahora digo «digo» y cinco minutos más tarde digo «Diego».

Juan de Yepes, al que ahora llamamos san Juan de la Cruz, pasó casi la mitad de su vida rodeado por la indecisión, por la incertidumbre. Para que no os despistéis mucho -perdón por mi osadía-, nos movemos entre 1542 (fecha en la que nace) y 1568 (Juan muere en 1591). Al estructurar la vida de este fraile carmelita descalzo siempre explico que su biografía -que, por fin, ya no es hagiografía- puede corresponder perfectamente a la de un ser humano indeciso. En esta primera mitad de su vida, indeciso con no saber qué ser ni qué hacer, y en la segunda mitad indeciso con una buena parte de su obra escrita que, si hubiera tenido Ipad, ¡Ay, si hubiera tenido Ipad!, hubiera eliminado. Juan de la Cruz cambió de opinión muchas veces a lo largo de su vida, no siguió un rumbo lineal, pero esto no significa que no tuviera una personalidad absolutamente arrolladora. Basta ya de confundir la libertad para cambiar de opinión con poseer o no una fuerte personalidad.

El pequeño Juan vive los primeros años de su vida en una pobreza extrema propiciada, de una parte, por la hambruna general de esos tiempos recios y, de otra, porque al fallecer su padre, queda con su madre y hermanos en una situación realmente crítica. Tanto que Juan podría haber sido calificado, con una terminología actual, como un niño en serio riesgo de exclusión social si no llega a tener la fortuna de ser acogido en un colegio de la beneficencia en Medina del Campo (Valladolid), colegio al que eran llevados -hoy ya lo sabemos a ciencia cierta- los niños pobres o huérfanos para evitar que cayeran en la delincuencia. Una vez pasado este trance y estudiando ya con los jesuitas de Medina, pasó un tiempo indeciso sobre si ingresar o no en las filas ignacianas. Finalmente se decantó por los carmelitas en 1562, pero tampoco se encontraba del todo satisfecho y por eso precisamente quiso marcharse a la cartuja. Y lo hubiera hecho en la de Santa María de el Paular si un huracán llamado Teresa de Jesús no hubiera pasado por la vida de Juan en 1567 para convencerlo de que ella le puede ofrecer lo que busca. En 1568 encuentra Juan su acomodo definitivo hasta su muerte en 1591, aunque ya casi al final de su vida quisieron expulsarlo de su propia familia carmelitana. Esta es la vida, la de Juan y la de todos. Algunas veces nos cuesta tomar decisiones, otras veces no sabemos por dónde tirar, y en otras, aunque vayamos rectos por un camino, de repente nos damos la vuelta y tiramos por otro. Lo que a Juan le hizo santo no fue el hecho haber llevado una vida perfecta y perfectamente organizada sino la aceptación de la vida tal y como viene, con humildad, con algo de sentido del humor y sobre todo lleno de compasión hacia los demás.

*Profesor de Filosofía

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