Opinión

Decálogo de una Navidad de contrastes

La Iglesia católica vive en su liturgia el llamado Tiempo de Adviento, con brisa penitencial, como preparación interior

La Navidad está ya en el ambiente, plasmada en la calle con la inauguración del alumbrado extraordinario; las visitas a los «belenes o nacimientos» suscritos a concursos; las denominadas «comidas de empresa» con motivo de estas fiestas, en un deseo colectivo de «confraternización y amistad». La Iglesia católica vive en su liturgia el llamado Tiempo de Adviento, con brisa penitencial, como preparación interior, como reflexión comunitaria de los creyentes, evocando los personajes bíblicos que anuncian, como el profeta Isaías y Juan el Bautista, la Navidad. Isaías, con una frase rotunda y diáfana: «Dios viene en persona y os salvará» (Isaías 35, 1-10), y el Bautista, invitándonos a la conversión «porque está cerca el reino». Mientras tanto, los contrastes se multiplican a nuestro alrededor, envueltos como estamos en una lucha silenciosa de «poderes y contrapoderes», a ver quién gana más batallas. Frente a las leyes que amparan una libertad de información plena, quedando siempre los tribunales como garantes de que se informa sin calumniar ni injuriar, diferenciando la noticia de la opinión, surge lo que se ha llamado el «nuevo puritanismo», una suerte de moral según la cual solo es admisible lo que marca el progresismo gobernante. Junto a los cantos políticos propagandísticos, sufrimos la recesión de la economía, la inflación desbocada, la inmigración descontrolada, el crecimiento de la deuda pública, y un sinfín de problemas sociales, a los que no llegan soluciones eficaces. En vísperas ya de la Navidad, podríamos confeccionar un Decálogo para vivirla desde la orilla de la esperanza y la fe, a pesar de que «el hombre moderno ha perdido la fe en la salvación trascendente, porque piensa salvarse a sí mismo, lo que tampoco logra», como afirma el sacerdote jesuita José Ramón Busto. Son puntos concretos para esa reflexión urgente que todos necesitamos. Primero, el hombre sigue siendo vulnerable, frágil y contingente, sigue necesitando salvación. Segundo, basta mirar al mundo que habitamos para caer en la cuenta de que el hombre necesita la liberación de su propio egoísmo y de las amenazas de la naturaleza, y finalmente, ser salvado de la muerte. Tercero, el hombre actual tiene el convencimiento de que la salvación le ha de llegar como fruto del conocimiento científico y de los logros de la tecnología, -que consiste en la aplicación a la técnica de la ciencia-, y de la economía, y por tanto de la política, cuyas decisiones, -se piensa con frecuencia, de modo ingenuo-, serán capaces de controlar la economía. Cuarto, durante mucho tiempo, el hombre moderno pensó que el marxismo solucionaría la situación de las grandes masas desfavorecidas, hasta que la caída del muro de Berlín mostró su fracaso revelando que en el marxismo no estaba la salvación. A raíz de ello la izquierda parece haber perdido su objetivo y con ello su identidad. Quinto, las dos guerras mundiales y la guerra fría que vino después mostraron que la política tampoco podría traer la salvación, lo que hoy volvemos a constatar con la guerra de Ucrania. Sexto, ante tanta destrucción, engaños y muertes, nos llega la Navidad, la Gran Noticia, proclamada en la alta madrugada palestina por los primeros periodistas de la historia, un coro de ángeles, que anuncia a los pastores el nacimiento de «un Salvador, el Mesías, el Señor». Séptimo, la salvación otorgada por Jesucristo no es obligatoria ni automática, pues Dios respeta la libertad del hombre, a quien ha creado libre y capaz de responder libremente al don de la salvación. Octavo, la salvación es un don, pero los regalos pueden recibirse o rechazarse y si se reciben se agradecen y transforman a quien los recibe. Noveno, el hombre es invitado por Dios a acoger el don de la salvación y dejarse transformar por él. Décimo, salvado del pecado y de la muerte, el hombre adquiere la verdadera libertad para hacer el bien. Porque la libertad no consiste solo ni principalmente en elegir entre una cosa y otra, sino que la libertad consiste en elegir el bien; elegir el mal no es libertad sino esclavitud. Ojalá este puñado de reflexiones nos ayude no solo a celebrar la Navidad, sino a vivirla con su auténtico sentido cristiano.

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