Opinión | El comentario

Palabras en la chepa

A veces se me pegan las palabras y no tengo manera de soltarlas. Estos días han venido a mí hidropedal, herraje y venablo y se han agarrado, se han incrustado y debo soltarlas, pronunciarlas, decirlas, escribirlas, para que dejen paso a otras. Si no, no se renueva uno. El otro día iba por la calle y me asaltó la palabra herrumbroso pero como yo ya iba cargado de palabras que soltar no pude recogerla. De hecho, me topé con un amigo y antes de darle las buenas tardes dije: hidropedal. Y me quedé tan ancho. Y aliviado. Mi amigo no entendió nada pero ya enseguida le dije a ver si nos vemos y comemos y ya lo entendió todo. Yo también, cuando añadió: el día que tu quieras, nos llamamos fijo, nos llamamos.                                      

Es curioso esto de las palabras. Una vez en junio se me subió a la chepa un adverbio acabado en mente y allí se pasó conmigo todo el verano. Sobriamente, porque cuando me bebía unas cañas no le daba. Dulcemente, suavemente. Mucha mente pero no tan ricamente, que es lo que yo habría querido estar ese verano y no con el adverbio a cuestas todo el día. El adverbio en la playa, el adverbio en el chiringuito, el adverbio en la cocina y el adverbio en el hidropedal, claro. Pero dónde vas con ese adverbio, hombre, me decía mi mujer. Honradamente, no lo sé, le respondía yo tontamente. No ferozmente. A veces en la noche me despertaba, repentinamente, claro, y comprobaba si seguía ahí. Y seguía. Se fue en septiembre. Alocadamente.                                

Hay gente que se asocia con una palabra y no se divorcia de ella nunca. Yo soy más casquivano y las tomo y las dejo o ellas a mí, nunca se sabe. Algunas palabras llegan a uno y es un gusto y otras te infectan. Las hay que te las pega un cuñado o un primo de Getafe o un dependiente de comercio dicharachero. Estuario, me está entrando ahora por la cabeza. No faltan ocasiones en las que se nos incrustan al leerlas. Es como la primera vez que leí la lobanillo. Me dieron ganas de arrancar uno. En los primeros momentos, no sabiendo qué significaba, sonó el teléfono y lo dije así a bote pronto: lobanillo. Mi interlocutor me llamó necio. Gran palabra, por cierto. Desde entonces procuro hablar por teléfono más educadamente. 

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