Opinión | SOLIDARIOS

Nietos que alzan la mirada

Aupemos a nuestros nietos por encima de malintencionados pretiles que no les dejan ver

Cuando paseo con mis nietos por el Puente Romano me piden que los aúpe para ver lo que hay tras el pretil, empujados por su insaciable descubrir. Su pequeñez les impide ver la hermosa panorámica de los Sotos de la Albolafia.

Podría haber jugado con ellos poniéndoles cartelitos en el pequeño muro con frases como: «Al otro lado de la pequeña tapia no hay ni aves ni vegetación, ni agua ni antiguos molinos andalusíes». De esta manera, les negaría la realidad, la verdad de lo que se esconde al otro lado de la baranda.

Nuestra historia, la historia de nuestro pueblo, está repleta de pretiles imaginarios que impiden ver la verdad, y configuran una gran mentira. Son pretiles hechos de cortas frases donde la falsedad y el odio son el denominador común: los migrantes son los culpables del paro, los menores migrantes son unos ladrones y violadores, el machismo es un invento del feminismo, todo lo que no sea la heterosexualidad es una enfermedad, la causa del empobrecimiento es la vagancia, los negros tienen una inteligencia inferior a los blancos, mi religión es la única y verdadera. Podríamos seguir clavando soflamas en el pretil imaginario presentes en los discursos xenófobos, machistas, homófobos, intolerantes y excluyentes puestos en boca de una gente que niega principios elementales de la biología, de la ética, de la justicia..., rechazando un mundo sostenido por los derechos humanos. Discursos vacíos de inteligencia y verdad, frases cortas y facilonas que como balas envenenadas atraviesan las bajas pasiones, despiertan los bajos instintos y sacan lo peor del ser humano, matando la humanidad.

La historia se repite. Es por ello que debemos vacunarnos, ahora que con el covid estamos tan familiarizados con el término, para evitar que esas consignas que envenenan el alma lleven a parte de la ciudadanía a gritar eslóganes como el que se escuchó hace dos siglos para celebrar la vuelta del rey absolutista Fernando VII: «¡Vivan las caenas!». En Madrid se llegaron a desenganchar los caballos de la carroza real para ser sustituidos por personas del pueblo llano, prefiriendo ser súbditos a ciudadanos. No es necesario retroceder tantos años atrás si recordamos aquellos gritos de ¡viva la muerte! y ¡muera la inteligencia! emitidas por falangistas y generales como Millán Astray, el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la universidad de Salamanca, ante las palabras pronunciadas por el célebre catedrático Miguel de Unamuno: «Tenéis que tener en cuenta que vencer no es convencer y conquistar no es convertir». Tal elocución le llevó a ser cesado de su cargo como rector vitalicio y obligado a recluirse en su casa, donde murió poco después.

Hoy, cuando muchos votos salidos de clases populares auspician gobiernos, ya sean autonómicos o central, que ponen en peligro el sistema público de la sanidad y la educación, de los servicios sociales o de las pensiones, al propio sistema democrático, se me vienen a la memoria esos enunciados desesperanzadores y deshumanizados de ¡vivan las caenas! y ¡muera la inteligencia!

Hace unos días murió en el hospital universitario Reina Sofía Amadou, un niño de ocho años con un grave problema cardiovascular. Un niño africano sin recursos sanitarios que, gracias a la solidaridad de personas que sienten el ¡viva la vida!, ¡viva la inteligencia! y ¡fuera las cadenas!, fue trasladado al hospital cordobés, paradigma del servicio público y orgullo de Córdoba, para ser intervenido, pero se llegó demasiado tarde. Amadou no tuvo la oportunidad en su tierra, pero sí en la nuestra como otros niños y niñas que sí se salvaron gracias a la profesionalidad, entrega e inteligencia de nuestros sanitarios.

Aupemos a nuestros nietos por encima de malintencionados pretiles que no les dejan ver lo más grande del ser humano: la verdad, la fraternidad, la libertad, la igualdad y la apuesta por la paz que nos vivifica y humaniza.

* Profesor y escritor

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