Opinión | TRIBUNA ABIERTA

Constitución embarrancada

La Constitución española no está en calma chicha, sino en un abarrancamiento inmisericorde

La cuestión constitucional es manida. De nada sirve hablar (parece) en un país en el que no se han dado nunca las confluencias necesarias de aquiescencia, por tratar de solucionar problemas, entre partidos de ideologías confrontadas en los grandes temas. El blindaje constitucional establecido en el título X nos deja completamente indefensos. La sociedad española del s. XXI nada tiene que ver, o muy poco, con aquella de 1978 que hizo aflorar un texto normativo en un contexto muy concreto. Desgraciadamente, el consenso fue excepcional y no se ha vuelto a dar en las décadas subsiguientes. La imposibilidad partidista e ideológica en la que estamos embargados, en desacuerdos constantes sin permeabilidad alguna, nos impiden avanzar; nos mantiene en una incomprensible atonía de años que, es asumida completamente por no ser ni un problema para los españoles de a pie. Es como una pequeña espina a la que nos hemos adaptado, una cojera congénita o una tara que tenemos asimilada con toda normalidad, que ha pasado a ser una esencia de nuestro ser. Desgraciadamente, repito, es así de grave. No tenemos conciencia de que la Constitución y el Estado se encuentran embarrancados en un punto trascendental. Lamentablemente la masa de la población mira la situación por encima, sin desdoro alguno y con normalidad, sin mayor percato del asunto ni de la proyección que tiene en la vida diaria. Los políticos de oficio, por su parte, mantienen una mirada cínica poniéndose de perfil, siguiendo por sus fueron de incompetencia para no comprometer la salud de sus vientres agradecidos, de los sillones y estabilidad en el poder. La Constitución española no está en calma chicha, sino en un abarrancamiento inmisericorde. No sería más que una simple anécdota política si no se pensara seriamente en la trascendencia del asunto. La incapacidad de modificar el texto constitucional es un tema capital. Las grietas de los pilares del Estado son una cuestión manida, pero de nada sirven los estertores altisonantes que el diario nos prodiga. Ciertamente nos regocijamos, y lo hemos hecho todos muchas veces, valorando el texto constitucional en su contexto como un repositorio de virtudes; y seguramente las tiene y tuvo en su momento, cuando se elaboró y avanzó pasos agigantados en un país que venía de una dictadura; con bases jurídicas, políticas y sociales ejemplarizantes en los pilares fundamentales de un Estado moderno. Hoy día el texto es deficitario a ojos vista. Grandes especialistas del tema lo dicen y lo saben (acreditados profesores de derecho constitucional y administrativo), pero topan como todas y todos los españoles con la realidad del país. La política nacional que vivimos y sufrimos diariamente (por todas las partes, gobierno y oposición) hace aguas por muchos de los lados, precisamente, porque existen grietas importantes en este edificio legislativo. No es normal, ni puede serlo, que lo que no funciona y es deficitario o incompleto no se subsane de manera adecuada y satisfactoria. Resulta incomprensible. Los grandes problemas españoles derivan en buena parte de las fisuras del texto y de la no adaptación a los tiempos actuales: cuestiones territoriales que tienen que resolverse con debates profundos, serios y sensatos; las acuciantes transformaciones de género que tanta virulencia tienen en los últimos años y no se contemplan en el primer texto jurídico; los poderes del estado en sus distintas ramas claman al cielo, desde las gruesas críticas que se vienen haciendo desde hace años a la cámara alta, como las cuestiones judiciales tan de moda que nos traen una y otra vez al retortero de la actualidad; la chirriante cuestión de la línea de sucesión (y otras cosas de mayor enjundia...); la falta de tipificación y desarrollo de derechos nuevos (ambientales, cuestiones relacionadas con las nuevas formas de comunicación, etc.). Así como un cuerpo importante de propuestas de nuevo cuño que amplíen la mirada ancha y actualizada del primer texto jurídico del Estado. Creemos que más allá de centralizar las necesidades reales de reforma y de las opiniones autorizadas que la postulan, es necesario remover conciencias ciudadanas que hagan virar la situación actual de estancamiento, para hilvanar procesos de reforma que necesariamente hay que hacer. Porque la Constitución no puede ser un texto inerte. Debe apreciarse su valor en relación con los problemas políticos, económicos y sociales actuales, que están muy vinculados a las fisuras de la Constitución, con todas las bondades que tiene. Es lamentable que la ciudadanía llegue a la conclusión, como puede apreciarse fácilmente, de que la Constitución no sirve para nada. El encallamiento no conmueve a nadie. Es para reflexionar.

* Doctor por la Universidad de Salamanca

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