Opinión | FORO ROMANO

El sonido de las campanas

Subir a la torre de la iglesia --el único monumento con belleza arquitectónica de todo el pueblo—por sus empinadas escaleras de piedra y encontrarte de pronto con el cielo, las nubes, los tordos, las cigüeñas, el paisaje lleno de campos y las campanas ahora en silencio era como descubrir que había un mundo mágico muy cerca de tu casa que cobraba vida cuando los monaguillos colocaban sus zapatillas en los huecos desde donde se podía dominar el sonido que iban a emitir la «dan» y la «don», cuyos repiques metían al pueblo en fiesta. . Porque el sonido de las campanas cuando doblaban, cuando sonaban a fuego o a inundaciones era circunstancial al estar sometido a un dolor que se traducía en el lenguaje de los badajos para que todo el mundo se enterase. Recuerdo las tardes de domingo en la plaza del Museo Arqueológico, sentado en las escaleras de la Casa del Judío oyendo el sonido de las campanas cuando entraba la noche. Aunque no percibía si el sonido era de campana tocada a mano. El mundo se sostenía sobre unas cadencias tan bellas y entrañables que nos parecía otro planeta, a mil años luz del que se emitía desde las discotecas. Quizá por eso la Unesco ha declarado estos días el toque manual de campanas español patrimonio de la humanidad. De chico, las campanas de la torre de mi pueblo me despertaban todos los días, cuando no había vecinos que se opusieran a su sonido. Y de jovenzuelo, dos patrimonios de la humanidad me daban los buenos días: las campanas de la torre de la Catedral y la irrepetible imagen de la Mezquita sobre esos tejados de cielos de palmeras y naranjos. En una ciudad que acaba de encender sus luces de Navidad y en la que hace diez años se declararon sus patios patrimonio de la humanidad, que a pesar de las guerras y la avaricia de algunos estamentos y naciones, hay gentes que valoran la belleza y dejan escrito en la historia el auténtico valor de las cosas. Como el de los patios o el sonido de las campanas. Será que la Navidad nos enciende los sentimientos y nos da permiso para viajar por esa melancolía en la que las corales instalan la música por la misteriosa belleza de Orive y distribuyen los villancicos por la huerta y su sala capitular, cuyo origen está en San Pablo. La imagen de la Navidad se percibe en el alumbrado de Cruz Conde, pero su esencia, el corazón que mueve la belleza y el pensamiento está en el palacio renacentista de Orive, donde la música nace todas las navidades. Y en los pueblos, donde el Gobierno ha ido a rescatar más de dos mil boticas rurales, que de las más de 22.000 farmacias que hay en España, unas 4.500 están en zonas rurales, y de estas, más de 2.100 en poblaciones de menos de mil habitantes. De donde se han esfumado los bancos, donde están en peligro los cajeros y los coches de línea y se está amontonando la soledad, ahora con perfiles de nieve, frío y vientos guerreros. Quizá por eso, para darle vida a la tradición, la Cátedra de Gastronomía de Andalucía y la Academia de Gastronomía de Córdoba han encendido el fuego para calentar el perol y darle el título de «Patrimonio para nosotros mismos» antes de que la barbacoa o el picnic consigan que la historia olvide su esencia y que hasta el día de San Rafael haya que reservar sitio en cualquier restaurante, muy lejos del campo. Fuera de la zona de influencia de Los Villares, donde acampa el alma vegetal de Córdoba. Hace unos meses en un restaurante de Fleming donde pedí el diario para ver la cartelera de cines me dijeron que ese lugar era un espacio con categoría por lo que no tenían periódicos. Ahora, Francisco de la Torre, presidente de Hostecor, Raquel Montenegro, directora de El Día, Francisco Poyato, del ABC, y Rafael Romero, del CÓRDOBA, han firmado un acuerdo para fomentar el regreso de la prensa escrita a los establecimientos de hostelería. Y es que un desayuno en un bar sin periódicos era como una tostada sin pan, sin aceite y sin servilletas. Una alteración de la realidad. Y de la historia. Como una iglesia sin campanas.

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