Opinión

Hace 45 años

El 4-D, como significado histórico, fue una reafirmación política pacífica en las calles de que somos una nacionalidad

Cuando lleguen unas de las fechas más esperadas antes de las de Navidad, las del puente de diciembre, con dos festivos relevantes en los días 6 y 8 del mismo mes, preguntaremos si lloverá, será muy frío o hará tiempo estable. 

Sin embargo, por cuestiones de la coyuntura política y mediante un decreto de 8 de noviembre de 2022, se declaró oficialmente otra fecha, el 4 de diciembre, Día de la Bandera de Andalucía, que se aprobó en la Asamblea de Ronda de 1918 y adquirió valor institucional al ser refrendada por el primer Estatuto de Autonomía andaluz de 1981.  

Se empieza a hablar de nuevo de aquel 4 de diciembre de hace 45 años, hablar de aquel domingo de casi invierno de 1977, en el que la identificación entre “democracia, autogobierno y solución a los problemas sociales y económicos” constituyó un poderoso instrumento de movilización. Unas reivindicaciones que serían refrendadas masivamente mediante manifestaciones de numerosísima participación, que se quieren recordar ahora con una iniciativa que soslaya toda la carga de aspiración reivindicativa y contestataria de aquella fecha. 

Ya se comenzó otra vez a hablar del 4-D, como se hizo en su momento de la promulgación de la Constitución liberal de 1812 en la ciudad andaluza de Cádiz; de la formación de la Junta Suprema de 1835 en la de Andújar; o de prohombres que promovieron conceptos como los de solidaridad y autonomía en Andalucía, entre los que sobrevuela el nombre de Blas Infante.

Puede ser que aquel domingo húmedo del casi solsticio de invierno denotase una luz brillante y esperanzadora en aquellos andaluces por su espíritu y conciencia de identidad, de querer saber quiénes éramos y lo que queríamos. Aunque, en aquellas concentraciones multitudinarias no estaban ausentes la ideología ni la dimensión política. No era solo fiesta y ritual. Aquel día no se “hizo política neutra, contemplativa -de verlas venir- y desmovilizadora”. 

El 4-D, como significado histórico, fue una reafirmación política pacífica en las calles de que somos una nacionalidad. Aquel día hubo alegría pero también fuerza democrática de justicia, igualdad y libertad y, además, de autogobierno. 

Pero, 45 años después de aquella efeméride, Andalucía, que casi llega al 15% de la entidad territorial de España y su población está en torno al 17% de la misma, ocupa un lugar subalterno en el conjunto español y europeo. Los datos sobre su PIB, sobre sus tasas de desempleo y sus índices de pobreza y desigualdad nos hacen constatar las deficiencias de un modelo extravertido, polarizado y altamente dependiente de otras economías; y que no ha conseguido mejorar sustancialmente el nivel de vida de una gran mayoría de andaluces. Y Andalucía, como diría el poeta, es demasiado grande para que se siga improvisando con Decretos, Instrucciones o Acuerdos de Gobierno. 

 Porque ya sabemos que la sociedad andaluza ha estado cambiando desde la constitución del régimen democrático de 1978, la rearticulación del estado de las autonomías o el ingreso en la Unión Europea en 1986; pero también conocemos que “las cuatro patologías” de nuestro estado de postración -cuestión agraria, desindustrialización sostenible y dependencia económica y política- han lastrado el desarrollo social andaluz, estigmatizando lo rural especialmente.

Y, por ello, es necesario explorar nuevos discursos y argumentos “no reescribiendo el pasado o resignificando la Historia, suplantando el todo, en este caso el 4-D, sino que además de potenciar expresiones visualizadas que llegan al corazón como la bandera y otros símbolos de identidad colectiva de la cultura andaluza” es urgente crear nuevos modelos económicos y sociales de desarrollo más autóctonos y autónomos, que posibiliten la superación de la subalteneidad en el conjunto español y europeo global. Y que, por supuesto, aparecerán desde dentro a afuera y desde abajo, como diría el mismo poeta.

* Profesor e Historiador

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