Opinión | CALIGRAFÍA

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Llevo con esta cien columnas en Diario CÓRDOBA. Es algo intrascendente que a mí me importa. Hay un poder inmediato, más irresistible cuanto más del presente, que influye en el momento. Es el poder de las condenas, las multas, de los galones. Hay un poder que comparte sangre con aquel, y que influye en la época, o en un remedo de época: la política, o al menos la gran política; ciertos compromisos, ciertas luchas. Leí a Nabokov, en el momento adecuado, que aspiraba a influir en su época tan poco como su época en él, y desde entonces es un lema escrito en mi corazón. Ya no trazo paralelas con la gente que admiro, porque es ridículo a mi edad. Encuentro refugio en Cris, en mis hijos, en mi familia, en mis amigos. Me gusta alargar mi rato favorito en las clases, cuando no he empezado a hablar y los alumnos están ya sentados, extinguiendo sus conversaciones, refrescando sus memorias. Me gusta la enmudecedora aparición de la justicia, casi siempre a pesar de los que la practicamos, y sus caprichos al echar raíces. Me gusta el ajedrez, pero ya no jugar; y me gustaba correr antes de tener el doble de peso y la mitad de rodillas.

Mi madre me contaba muchas veces la parábola de los talentos. Se nos dan cinco talentos, cinco monedas, y rendimos cuentas. Yo los gasté, yo los guardé, yo los multipliqué. A mis talentos siempre les han crecido los dientes torcidos, y no he podido hacer presa en lo que aparentemente me estaba esperando. He tenido que rumiarlo, he tenido que gastar innecesariamente los colmillos, o se me han quedado clavados en el cuero tras tirar, como a un lagarto en un cinturón. Y sin embargo aquí estoy: con una columna en el CÓRDOBA, que es un sitio muy concreto al que un escritor de Córdoba (firme como firme) tiene que llegar. Escribimos las columnas no para influir, yo desde luego no. Unas veces son un diario sentimental, otras arrebatos, otras actualidades. Suele ser el mérito de los columnistas más expresar ideas que muchos tienen que alumbrar alguna nueva, y si eso sucede, y se da la idea que alguien asume como propia, la victoria es completa.

Creo que es difícil que una vocación dé fruto si no se le dedican las mejores horas del día. Creo por tanto en la precocidad, intensamente, porque todo lo alcanza tarde o temprano la voluntad, pero las galgadas requieren talento, y el talento auténtico hace y no espera porque es un sátrapa muy avari-cioso. Lo creía, porque he hecho esta Caligrafía cien veces, pasando las ideas por su horma de tres millares de caracteres; y pensaba que no me produciría ya la misma emoción que si la hubiera empezado a escribir hace veinte años, pero me equivocaba completamente. Me infunde tanto vértigo que no la leo en el periódico, porque sé que sería mayor la sensación de farsa que la de satisfacción. Me pasaré la vida escribiendo despacio y ajeno (a la nada o al futuro, quién sabe), y espero que de esta columna, cuidando los trazos y tonos más que las ideas, me aparte la muerte, como en un matrimonio exitoso.

 ** Abogado

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